ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 7 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 3,1-11.16-17

Anegada entonces mi alma de tristeza, suspirando y llorando, comenzé a orar con gemidos: Tú eres justo, Señor,
y justas son todas tus obras.
Misericordia y verdad
son todos tus caminos.
Tú eres el Juez del Universo. Y ahora, Señor,
acuérdate de mí y mírame.
No me condenes por mis pecados,
mis inadvertencias y las de mis padres.
Hemos pecado en tu presencia, no hemos escuchado tus mandatos
y nos has entregado al saqueo,
a la burla, al comentario
y al oprobio de todas las gentes
entre las que nos has dispersado. Pero cierto es, Señor, que todas tus sentencias
a la verdad responden
cuando me tratas según mis pecados
y los de mis padres;
porque no hemos cumplido tus mandatos,
y no hemos caminado en la verdad
delante de ti. Haz conmigo ahora según lo que te plazca
y ordena que reciban mi vida
para que yo me disuelva sobre la faz de la tierra,
porque más me vale morir que vivir.
Tengo que aguantar injustos reproches
y me anega la tristeza.
Manda, Señor, que sea liberado
de esta aflicción
y déjame partir al lugar eterno,
y no apartes, Señor, tu rostro de mí,
pues prefiero morir
a pasar tanta aflicción durante la vida
y tener que seguir oyendo injurias. Sucedió aquel mismo día, que también Sarra, hija de Ragüel, el de Ecbátana de Media, fue injuriada por una de las esclavas de su padre, porque había sido dada en matrimonio a siete hombres, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de que se unieran a ella como casados. La esclava le decía: «¡Eres tú la que matas a tus maridos! Ya has tenido siete, pero ni de uno siquiera has disfrutado. ¿Nos castigas porque se te mueren los maridos? ¡Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!» Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse. Pero, reflexionando, pensó: «Acaso esto sirva para que injurien a mi padre y le digan: "Tenías una hija única, amada y se ha ahorcado porque se sentía desgraciada." No puedo consentir que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansión de los muertos. Es mejor que, en vez de ahorcarme, suplique al Señor que me envíe la muerte para no tener que oír injurias durante mi vida.» Y en aquel momento, extendiendo las manos hacia la ventana, oró así: Bendito seas tú, Dios de misericordias,
y bendito sea tu Nombre por los siglos,
y que todas tus obras te bendigan por siempre. Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos: a Tobit, para que se le quitaran las manchas blancas de los ojos y pudiera con sus mismos ojos ver la luz de Dios; y a Sarra la de Ragüel, para entregarla por mujer a Tobías, hijo de Tobit, y librarla de Asmodeo, el demonio malvado; porque Tobías tenía más derechos sobre ella que todos cuantos la pretendían. En aquel mismo momento se volvía Tobit del patio a la casa, y Sarra, la de Ragüel, descendía del aposento.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras... Y ahora, Señor, acuérdate de mí y mírame." En las palabras de Tobit -tan duras- oímos resonar muchas páginas de las Escrituras. Es un ejemplo de la gran ayuda que son las palabras de las Escrituras para elevar nuestra oración al Señor. Y también es significativo que a lo largo de la oración Tobit pase de la primera persona del singular a la primera persona del plural, identificándose así con la suerte de todo su pueblo. Es algo que debería estar siempre presente en la oración del creyente, pues nunca está solo ante Dios, sino que siempre está unido a un pueblo, a una comunidad de la que forma parte y para la que siempre debe invocar la ayuda y la protección del Señor. Y la mirada de la fe le ayuda a entender que la triste situación en la que se encuentra tanto él como todo el pueblo de Dios se debe a que se han alejado de Dios y de sus leyes. Tobit, preso de la desesperación, le dice a Dios, como hicieron antes que él Moisés (Nm 11,15), Elías (1R 19,41) y Jonás (Gn 4,3-8), que prefiere la muerte antes que continuar en la situación en la que se encuentra: "Tengo que aguantar injustos reproches y me anega la tristeza" (v. 6). Jesús, por el contrario, en Getsemaní le pedirá al Padre que aleje de él el amargo cáliz de la muerte, aunque se abandona en todo a su voluntad. Pero Tobit le pide al Señor: "No apartes tu rostro de mí". En el texto se narra también la historia de Sarra -otro de los personajes principales del libro-, que es insultada hasta la infamia por una esclava. La afectó tanto que pensó incluso en suicidarse. Son dos historias paralelas que el autor presenta juntas para mostrar la fuerza de la oración en el momento de dolor. Ambos se dirigen al Señor para pedir ayuda y ambos fueron atendidos: "Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos, y fue enviado Rafael a curar a los dos". El Señor siempre ha escuchado a quien le reza con fe.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.