ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta del Cuerpo de Cristo
Palabra de dios todos los dias

Fiesta del Cuerpo de Cristo

Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Fiesta del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico.
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Libretto DEL GIORNO
Fiesta del Cuerpo de Cristo
Domingo 11 de junio

Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Fiesta del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico.


Primera Lectura

Deuteronomio 8,2-3.14-16

Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre; que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz.

Salmo responsorial

Salmo 147 (147, 12-20)

¡Celebra a Yahveh, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión!

Que él ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
ha bendecido en ti a tus hijos;

pone paz en tu término,
te sacia con la flor del trigo.

El envía a la tierra su mensaje,
a toda prisa corre su palabra;

como lana distribuye la nieve,
esparce la escarcha cual ceniza.

Arroja su hielo como migas de pan,
a su frío ¿quién puede resistir?

Envía su palabra y hace derretirse,
sopla su viento y corren las aguas.

El revela a Jacob su palabra,
sus preceptos y sus juicios a Israel:

no hizo tal con ninguna nación,
ni una sola sus juicios conoció.

Segunda Lectura

Primera Corintios 10,16-17

La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,1-17

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo. Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos;

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Con la narración de la última cena que Pablo hace a los Corintios, la liturgia de este domingo nos repropone aquellas palabras tan fuertes y concretas: "Este es mi cuerpo", "Esta es mi sangre". Es realmente el misterio de la fe, el misterio de una continua y particularísima presencia. Jesús, en la eucaristía, no solo está presente realmente (que ya es algo grande), sino que está presente como cuerpo "partido" y como sangre "derramada". En ese sentido, la fiesta del Corpus Christi es la fiesta de un cuerpo que puede mostrar las heridas; la fiesta de un cuerpo de cuyo costado sale "sangre y agua" como indica el apóstol Juan. Eso es lo que dice Pablo: el Señor se hizo alimento para los hombres, para que todos nos transformáramos en un solo cuerpo, el de Cristo; para que tengamos los mismos sentimientos de Cristo. Cabe hacer una consideración más, una consideración referente al Evangelio de la multiplicación de los panes. Las procesiones del Corpus Christi pasan cada día por nuestras calles, aunque no se adorne su recorrido y no se tiren flores a su paso (más bien hay quienes esparcen indiferencia, cuando no insultos). Se trata de las procesiones de los pobres, los de nuestra ciudad, los que llegan de fuera y los muchísimos que están lejos de nosotros. Todos ellos son el "cuerpo de Cristo", y siguen recorriendo las calles de nuestras ciudades y del mundo sin que nadie se ocupe de ellos. "Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo desdeñéis cuando está desnudo. No honréis al Cristo eucarístico con paramentos de seda, mientras fuera del templo descuidáis a este otro Cristo afligido por el frío y por la desnudez." Ambos son el cuerpo real de Cristo. Y Cristo no está dividido, si es que no lo dividimos nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.