El fin último y más digno de la persona humana y de la comunidad es la abolición de la guerra.

Considerando a nuestro iguales como hermanos y hermanas podremos superar guerras y conflictos

El fin último y más digno de la persona y de la comunidad es la abolición de la guerra. Todos sabemos que la única condena expresada por el Concilio Vaticano II fue la de la guerra, incluso sabiendo que, no habiendo sido desarraigada de la humanidad, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos. Otro punto clave es la constatación de que el conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido para no quedarnos atrapados en él, perdiendo la perspectiva general y el sentido de la unidad profunda de la realidad. De hecho, sólo aceptando el conflicto, éste se puede resolver y convertirse en eslabón de ese nuevo proceso que los “artifices de la paz”, abren.

Ademas, como cristianos sabemos que solamente considerando a nuestros semejantes como hermanos y hermanas superaremos las guerras y la conflictualidad. La Iglesia no se cansa de repetir que esto es cierto no sólo a nivel individual, sino también a nivel de los pueblos y naciones, por lo que considera a la Comunidad internacional como la Familia de las naciones. Por ese motivo, también en el Mensaje para la Jornada de la Paz de este año, hice un llamamiento a los líderes de los Estados para que renovasen sus relaciones con otros pueblos, permitiendo a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comunidad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones.

Como cristianos, sabemos también que el mayor obstáculo que hay que remover para que esto suceda es el del muro de la indiferencia. La crónica de los últimos tiempos nos demuestra que si hablo de muro no es sólo para usar un lenguaje figurado, sino porque esta es la triste realidad. Una realidad, la de la indiferencia, que abarca no sólo a los seres humanos sino también al ambiente con consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social.

El esfuerzo por superar la indiferencia solamente tendrá éxito, si“a imitación del Padre, seremos capaces de mostrar misericordia. Esa misericordia que encuentra en la solidaridad, por así decirlo, su expresión "política" ya que la solidaridad constituye la actitud moral y social que mejor responde a la responsabilidad sobre las plagas de nuestro tiempo y a la interdependencia entre la vida del individuo y de la comunidad familiar, local y global.

¡Grande es, pues, en nuestro mundo complejo y violento, la tarea que espera a aquellos que trabajan por la paz, viviendo la experiencia de la no violencia!. Lograr el desarme integral llegando hasta las mismas conciencias, creando puentes, luchando contra el miedo y manteniendo un diálogo abierto y sincero, es realmente arduo. Dialogar, de hecho, es difícil; tenemos que estar preparados a dar y también a recibir, a no partir del presupuesto que el otro está equivocado, sino, partiendo de nuestras diferencias, a buscar, sin negociar, el bien de todos y una vez conseguido el acuerdo, a mantenerlo firmemente.

Del mensaje del Papa Francisco a los participantes en la Conferencia “No violencia y paz justa”, Roma 11-13 de abril de 2016