Queremos ser puentes, no muros: comunidades y movimientos cristianos en Múnich 'Juntos por Europa

Marco Impagliazzo lee el mensaje de Andrea Riccardi enla manifestación final en la Karlsplatz. Textos e imágenes

Se acaba de cerrar en Múnich el 4º congreso "Juntos por Europa", en el que han participado comunidades y movimientos eclesiales de varias iglesias cristianas de todo el continente. La Comunidad de Sant'Egidio ha participado con una delegación proveniente de Italia, Alemania y de otros países europeos.

Publicamos íntegramente el mensaje del fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, Andrea Riccardi, uno de los impulsores iniciales de "Juntos por Europa", discurso que leyó Marco Impagliazzo durante la manifestación de hoy en la Karlsplatz, en el centro de la ciudad bávara.

También se pueden consultar los siguientes documentos y enlaces:

Andrea Riccardi: No muros sino puentes
Hilde Kieboom: La amistad como modo de ser Iglesia (FrançaisDeutsch)
Marco Impagliazzo: l sueño de una Europa de los padres y de los hijos que promueva la sociedad de convivir y de la paz (Italiano)
Juntos por Europa - Múnich 2016 (Web oficial)
 
 
El mensaje Andrea Riccardi en el congreso "Juntos por Europa", Múnich, 2 de julio de 2016

No muros sino puentes

Queridos amigos,
Muchos europeos se sienten desarraigados y descolocados. ¿Qué es Europa? ¿Adónde va? ¿Para qué vive? ¿Resistirá a la tentación de separarse? El papa Francisco se preguntó hace poco, al recibir el premio Carlomagno: "¿Qué te ha pasado, Europa humanista, paladín de los derechos humanos... y de la libertad?".

En esta Europa hoy muchos empiezan a hablar de muros: entre europeos, contra los inmigrantes, entre jóvenes y ancianos, entre quien está bien y los más débiles, entre Europa del Norte y del Sur. Por eso estamos hoy aquí, para decir que esta lógica no es humana y no tiene futuro. En "una Europa que se está atrincherando", nosotros, los de "Juntos por Europa", vemos la necesidad de "construir puentes y derribar muros". Es un discurso que nos pone preguntas como cristianos, y que afecta a todos aquellos que sienten la preocupación por el futuro de nuestro continente. "Juntos por Europa" hoy ya no es solo el tema de una iniciativa ecuménica que mantenemos desde hace ya años, sino que es un imperativo para todos.

Sí, nuestro tiempo siente la tentación de los muros. La sienten todos los continentes y también Europa: "Festung Europa", "fortaleza Europa", como en los días más tristes del segundo conflicto mundial. Hay quien piensa que puede mantener lejos las tragedias del mundo, levantando muros para no verlas. Pero no es más que un engaño. También es el efecto de una propaganda hecha a gran voz, de alarmas que no tienen justificación alguna, como la alarma sobre los refugiados. Los que logran llegar a las fronteras de Europa son solo un pequeño porcentaje del gran pueblos de refugiados del mundo. Y los europeos son 500 millones. 25 años después de la caída del muro de Berlín y de la desaparición del "telón de acero", vemos un nuevo conjunto de barreras, que desfiguran el continente ya no solo con un solo corte vertical, sino con muchas y distintas heridas.

Y al final un muro nunca basta. Hace falta otro. Más alto, más tranquilizador. Muros exteriores que producen muchos muros interiores, entre países europeos, entre partes de un mismo país, entre barrios de una misma ciudad. Existen también muros virtuales: prejuicio, desprecio por los débiles, racismo, enfrentamiento entre generaciones.
También yo puedo ser un muro. También tú puedes ser un muro.

Me sorprendió mucho escuchar un discurso que pronunció en la Cámara de los Comunes la diputada inglesa brutalmente asesinada poco antes del brexit. Jo Cox decía: "La inmigración ha hecho que nuestras comunidades sean mejores. Y mientras celebramos nuestra diversidad, lo que más me sorprende, cada vez que paseo por Yorkshire, es que estamos mucho más unidos de cuanto se piensa, que tenemos muchas más cosas en común que cosas que nos dividen". Es cierto. Estamos más unidos de cuanto pensamos. Tenemos que aprender a verlo, a dejar que nos sorprenda, a hacer que otros lo entiendan.

Queridos amigos, en realidad estamos desarraigados porque está naciendo un tiempo nuevo. Una realidad nueva. Tenemos que medirnos con esta realidad. No sirve de nada esconder la cabeza bajo tierra. No nos lo dice solo el Espíritu, sino también la razón, porque una Europa cerrada o dividida no va a ninguna parte ante un escenario global e interdependiente. Y es la misma Palabra de Dios, con su grandeza espiritual, la que nos ayuda a entender que si somos indiferentes y nos cerramos en nosotros mismos, terminamos siendo ciegos, tristes y agresivos.

Por eso hay que construir puentes. Entre los hombres, los pueblos, las culturas y las religiones. Ser constructores de puentes es la misión de nuestro tiempo. Para nosotros y para las generaciones del futuro. Para sociedades que hereden el espléndido patrimonio de humanidad, de pensamiento y de consecuciones que el continente más pequeño de todos ha sabido llevar a cabo a lo largo de los siglos.
Sí a descubrir al otro y su riqueza. Sí a comprender que somos realmente "una sola cosa", que hay una unidad y una fraternidad por la que vale la pena trabajar y que han que encontrar el modo de "derribar" los "muros divisorios" (Ef 2,14), como dice san Pablo, que todavía nos dividen.

Precisamente aquí, en Múnich, en los momentos más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de estudiantes universitarios llenos de visión y de valentía –los estudiantes de la "Rosa Blanca"– supieron utilizar su fe y la mejor tradición cultural europea para rechazar la complicidad con el mal, para llamar a la juventud alemana a una revuelta de la humanidad y del espíritu. En uno de sus panfletos utilizaron las palabras de un gran escritor de esta tierra, Novalis: "Si Europa quisiera despertarse, si existiera en nuestro futuro un Estado de Estados...".

Los más viejos de nosotros han visto crecer "un Estado de Estados", los más jóvenes lo han recibido en herencia: es Europa. Nosotros querríamos que Europa no fuera solo la Europa de los padres, sino también la Europa de los hijos. Y los hijos hoy deben tener la ambición de construir una Europa sin muros que mira al mundo de mañana con esperanza. Muchos cristianos han trabajado para construirla junto a hombres y mujeres unidos por la misma cultura y las mismas raíces que tienen el sabor y la belleza de lo universal. Cada uno de nosotros, cada comunidad nuestra, nuestras gentes de Europa, todos podemos empuñar una llave que abre muros, para que corra un aire más fresco y más humano, más libre y más misericordioso. Todos podemos dar un ejemplo al mundo, un valioso modelo de integración que construyendo el presente abre el futuro. Y sobre todo, los puentes son el lugar más evidente de la que es la mayor fuerza de la construcción europea: la paz. Paz en Europa, entre rusos y ucranianos. Paz en Oriente Medio: en Tierra Santa, en Siria, en Libia, en Turquía. Paz en África. Y en todo el mundo. Europa tiene mucho a decir sobre la paz. La paz nace de los puentes y no de los muros. Cada europeo puede ser un puente. Tú puedes ser un puente. Hoy decimos juntos: ¡queremos ser puentes y no muros!