Nuevos italianos: los números reales y las reglas que aún faltan

Hablar de “invasión” es insensato, oponerse a la inclusión es contraproducente

No dejamos de hablar de "invasión", incluso si la presencia extranjera en Italia no aumenta. Y eso se viene haciendo de hace años. La publicación del nuevo Dossier Estadístico de Inmigración del Centro de Estudios e Investigación Idos lo confirma, hace justicia a las noticias falsas que circulan sobre el tema de la inmigración y aclara una vez más, incluso a aquellos que dicen que ya escuchan y comprenden, cómo el impacto de la cultura del miedo y la cerrazón sobre un tema tan complejo y delicado resulta contraproducente. La población extranjera regular en Italia no se está expandiendo. Ha sido estable durante seis años.  

En el 2018 creció un 2,2%, llegando a 5.255.500 residentes, el 8.7% de la población total, pero el aumento anual, 111.000 presencias, se debe principalmente a los 65.500 niños nacidos de parejas extranjeras que ya están inseridas en nuestro tejido social. Sin embargo, estos nacimientos también están disminuyendo (y esto es un problema para nuestro invierno demográfico), debido a la asimilación progresiva del horizonte mental y conductual de las familias de los nuevos residentes, en relación a las tendencias demográficas establecidas por tradición entre los italianos. En cambio, lo que parece aumentar es el número de migrantes irregulares. De una estimación de 530.000 extranjeros sin papeles a principios del 2018, se habría pasado, dos años más tarde, a las 670.000 personas sin documentos de residencia.

Esto ha ocurrido, como era ya previsible, por la abolición en Italia de los permisos para la protección humanitaria y la mayor dificultad para acceder a otros estatus sociales. Es la consecuencia del primer decreto de seguridad del Gobierno, que ha empujado hasta los márgenes de la legalidad (y por lo tanto a la "invisibilidad) a un número significativo de personas que ya estaban inseridas en diferentes vías visibles de integración. La "visibilidad" de aquellos que deberían ser los más importantes para todos nosotros. Porque eso sí que indicaría una mayor seguridad, y sería la premisa para tener retornos económicos cuantiosos. 

Además, también sería apropiado volver a centrar la discusión y reabrir el debate, impopular pero necesario, acerca de las vías de entrada regulares para ciudadanos no pertenecientes a la UE que tienen la intención de trabajar permanentemente en nuestro país. De hecho, cualquier persona que esté en contacto con el mundo de la atención domiciliaria es consciente de la dificultad de encontrar cuidadores regulados y con papeles, y no es un misterio que una gran parte de la presencia irregular estimada cada año, acaba formando parte de la bolsa de cuidadores que ayudan hoy a nuestros padres o abuelos.

Las mismas consideraciones se podrían hacer en otros sectores vitales de nuestra economía. En realidad, el problema es que desde hace años, en concreto desde 2012 (cuando Andrea Riccardi fue el ministro de Integración), que no se ha vuelto hacer ningún intento serio de generar mano de obra extranjera legal en Italia. Contrariamente, desde entonces se prefiere una política “del avestruz”, que quizás a corto plazo da algunos votos extra, pero que a la larga implica generar trabajo “en negro” que perjudica a las arcas del Estado y a la habitabilidad de nuestra vida cotidiana. Hoy día se usa una lógica a corto plazo, sin ninguna ventaja real, ni económica, ni de seguridad. Si queremos pensar en las ventajas reales, volvamos a los números.

La inclusión de inmigrantes en el mundo del trabajo legal continúa siendo extremadamente positiva. Los empleados ya son 2.455.000 (10.6% del total nacional), en empresas 602.180 (9.9% de la cifra total). Los trabajos realizados por los extranjeros son principalmente de nivel medio-bajo, pero existe un número creciente de algunos que intentan invertir, crear empleos, soñar “a la grande”, y no nacieron en Italia. Ellos nos muestran un "pequeño pueblo" de nuevos italianos a los que debemos agradecer y no alejar; de ciudadanos (tal vez aún sin ciudadanía formal) que invierten cada vez más en un mayor bienestar para ellos y para todo el país; de un valor real añadido que debería hacer felices a todos los "fanáticos" de “Bel Paese”, Italia.

Un documento estadístico no siempre es fácil de leer. Ciertamente, no tiene el poder de desmantelar de inmediato los prejuicios y las asociaciones de ideas, hijos de un provincialismo que viene de lejos y de una instrumentalización más reciente, ambas alimentadas por la confrontación política y la furia de las redes sociales. "Los signos de una mayor estabilización y arraigo por parte de la población extranjera en Italia continúan siendo contrarrestados por dinámicas y políticas de exclusión y discriminación que ignoran la naturaleza estructural de la inmigración en la sociedad italiana", se escribe en el documento de Idos. Pero los números ahí están y, a la larga, son más fuertes que cualquier manipulación. Por enésima vez, vemos que los clichés distan mucho de cualquier apariencia de la realidad. El país tiene dos problemas principales: el declive demográfico y los desequilibrios en las finanzas públicas.

Aún habiendo tantas otras buenas razones, para evitar que nuestra vida social caiga en conflicto e inhumanidad, los dos temas mencionados anteriormente deberían ser suficientes para hacernos reflexionar sobre cuán miope es una política que no se abre a la inmigración regular. Y lo primero que habría que hacer es una regularización de inmigrantes que ya viven y trabajan honestamente en Italia, incluso de forma oculta.

[Margo Impagliazzo]

(Artículo aparecido en el periódico Avvenire)
(Traducción de la Comunidad de Sant'Egidio)