20 de noviembre: Día mundial de los derechos de los niños. "Dar palabras" y escuchar a los niños. Se publica "A la escuela de la paz" en francés

En ocasión del Día internacional de los derechos de los niños y los adolescentes se ha publicado la versión francesa del libro "A la escuela de la paz" de la Comunidad de Sant’Egidio (coordinado por Adriana Gulotta), que recoge las palabras y las esperanzas de los niños del mundo.

Desde hace 30 años la Convención internacional sobre los derechos de la infancia sanciona los derechos de los niños. Son derechos de los que emerge la consideración del niño y del adolescente como persona, con una opinión, especialmente importante en las cuestiones que le afectan; con esperanzas ante el mundo, en términos de supervivencia y de desarrollo. El Día internacional de los derechos de los niños y los adolescentes que se celebra el día de la histórica aprobación por parte de la Asamblea general, el 20 de noviembre de 1998, es la ocasión para reflexionar sobre hasta qué punto los derechos fundamentales escritos en la Carta se han hecho realidad, en todo el mundo.

Un objetivo prioritario de las Escuelas de la Paz de la Comunidad de Sant’Egidio –como se lee en el libro "A la escuela de la paz"– es "dar palabras a quien no tiene". No tener palabras es una gran pobreza: la incapacidad de expresarse y de comunicar significa verse privado de las herramientas para comprender la realidad y defender sus derechos. Es la lección de las muchas historias que explica el libro, publicado en la edición francesa en ocasión del Día de los derechos de los niños.
"Dar palabras" es una forma de ayuda material como las demás, como dar educación, alimentos, salud, educación a la paz, que son los objetivos de las Escuelas de la Paz que, allí donde están presentes del mundo, se adaptan a las necesidades de los niños y de las familias. Encontrar a alguien que les escuche en las figuras de referencia, entre ellos muchos jóvenes que hacen la Escuelas de la Paz, es la premisa para vencer muchas batallas. Es la sorpresa, para los niños, de encontrar a alguien que "pierda tiempo" para ellos. La conversación con los demás se convierte así en la experiencia de dejar atrás la rabia que les provocaba no poderse comunicar ni hacerse entender. Se convierte en una manera de comprender que la violencia nunca es necesaria ni está justificada. El niño accede a la posibilidad de un modelo alternativo a la violencia de los adultos, que ven dentro de las paredes de casa o en la calle.
La Escuela de la Paz es Ciro, de 11 años, de Scampia, en la periferia de Nápoles, que dice: "Antes quería disparar siempre, cada vez que me jodían. Ahora no sé lo que quiero hacer». La violencia cede. Es Juan, de El Salvador, de 9 años y pequeño "jefe de banda", que se presenta serio a Fernando, un adulto que no le tenía miedo y que se había convertido en su modelo, para darle un cuchillo que llevaba en el bolsillo diciéndole: "Tómalo. Ahora ya no lo quiero".
Además, en la Escuela de la Paz se aprende a tener simpatía por los débiles y una cultura del encuentro. Kondwani, de 8 años, de Malaui, vence el miedo de ir a ver a los ancianos, que a menudo son acusados de brujería. "He entendido que está sola y necesita ayuda". Una reacción que tienen otros niños en otras partes del mundo cuando ven a un anciano en situación de marginación.
En la Escuela de la Paz, pues, se aprende que hablar, encontrarse, conocerse nos hace más humanos y menos violentos. Es la premisa para un buen crecimiento.

 

El libro "A la escuela de la paz"