Navidad en los campos de refugiados del norte de Mozambique, donde el regalo más grande es la esperanza de la paz

Navidad con los refugiados de Mozambique, entre los que hace años que se han establecido en el país y entre los desplazados internos, que huyen del norte asolado por la violencia terrorista de los últimos meses.

En el campo de Maratane, en Nampula, desde hace unos 10 años viven personas que huyen de Kivu y de Burundi en busca de un lugar pacífico para vivir, a pesar de las condiciones de extrema pobreza. La Comunidad ha creado con ellos lazos de una amistad hecha de ayuda constante en estos años, que se ha renovado los días de esta Navidad.

Mucho más grave es la situación de los refugiados que huyen de la violencia y de la crueldad que sigue sufriendo el extremo norte de Mozambique.
Son aproximadamente medio millón de desplazados que en pocos meses han tenido que abandonar sus pobres pueblos por los ataques de hombres armados mayoritariamente con machetes. Gente aterrorizada que, a pesar de vivir aún hoy en lugares más que precarios, dice que finalmente puede dormir porque no tiene miedo de los ataques durante la noche.
Han huido en muchos casos sin nada, por la densa selva del norte o en pequeñas barcas, a lo largo de una de las costas más hermosas del océano Índica, que hoy se ha convertido en un infierno para mucha gente.
Están dispersos por varias regiones del país. Solo en la ciudad de Pemba –capital de la región de Cabo Delgado, la más afectada por la violencia–, que en el último censo contaba poco más de 200.000 habitantes, se calcula que hoy viven 100.000 desplazados.

Viven en condiciones muy precarias: algunos bajo tiendas improvisadas, otros alojados en casas en las que vive más gente de la que cabe –hasta 30 o 40 personas en pocas habitaciones–, otros han encontrado hospitalidad en un centro que se abrió para acoger a los refugiados del ciclón Idai.

Esta Navidad las Comunidades han ido a seis ciudades distintas que acogen a refugiados: Pemba, Namialo, Marrupa, Lichinga, Savane y Alto Molocue.

Han visitado a familias, y les han llevado alimentos, regalos y el testimonio de una amistad tenaz, que no se detiene y no abandona. Las familias han pedido el regalo de más valor, que muchos hombres y mujeres, al finalizar la visita, han confiado a la oración y al amor de la Comunidad: la esperanza de que llegue pronto la paz.