No hay que construir nuevos muros, sino una alianza entre los países europeos. Andrea Riccardi escribe en Famiglia Cristiana

No se puede delegar el problema a los Estados de primera acogida. Hay que ayudar a los países de partida y hay que ofrecer una verdadera integración a quienes llegan

Hay un nuevo muro en Europa: entre Polonia y Bielorrusia. El muro ya existe, aunque no es exactamente de obra. Está hecho de expulsiones, alambre espinado, frío y hielo. Y si la Unión Europea financia la construcción del muro con Bielorrusia para evitar el paso de los migrantes, la operación se convertirá en permanente. Será una vergüenza para la Unión. De hecho, la ampliación de Europa a los países del Este nació con la caída del Muro de Berlín en 1989 y con el final del «telón de acero». 

Hoy en día, se vuelven a erigir muros y telones de acero para proteger a los países europeos de la presión migratoria. En la frontera entre Croacia y Bosnia, se ha iniciado un sistema de control –como observa Nello Scavo en Avvenire– «por una guerra no declarada contra los seres humanos, a pesar de saber el trato que recibirán sin son rechazados». 

Europa no puede ser así en sus fronteras. Los "condenados de la tierra" llaman a sus puertas. Hay afganos, que piden asilo político. Son los mismos que provocaron la compasión de la opinión pública en agosto, cuando ocupaban el aeropuerto de Kabul. ¿Hoy los hemos olvidado? Hay libaneses, que huyen de un país que terminará en ruinas, si no hay una iniciativa internacional para ayudarlo. Y muchos más: tunecinos, magrebíes, africanos, gente de Bangladés. Por desgracia, no pocos entre ellos se han convertido en rehenes de la política de algunos países. Empezó Gadafi, amenazando a Italia con desembarcos provenientes de Libia. Erdogan ha logrado para Turquía copiosas ayudas de la Unión Europea si retiene a refugiados en su país, sobre todo sirios. Es la política previa al muro. Ahora el presidente bielorruso Lukashenko utiliza descaradamente a los migrantes, y favorece su llegada al país para presionar a Polonia y a Lituania. 

Mujeres, niños y hombres son pobres peones, perdidos en el frío, impulsados por los bielorrusos y rechazados por otros. Un juego terrible. Una parte de Europa tiene miedo: ¿puede el mundo entero abalanzarse sobre el Viejo Continente? Del miedo surge la política de muros que a menudo lleva a un trato inhumano que no es digno de los estados de derecho de la Unión. Y no es cierto que Europa sea el objetivo de los migrantes: es un mito fruto del miedo. 

Ciertamente carecemos de algunos instrumentos porque estamos bloqueados por los acuerdos de Dublín que descargan la responsabilidad solo en los países de primera acogida. Debe nacer una alianza de estados de la Unión que estén dispuestos a compartir el problema migratorio. Es difícil, porque hay miedo de pagar esta decisión en votos. Pero no es imposible, si se lleva a cabo una política cooperativa y constructiva, y no pensando solo en los muros, que parecen una solución sólida. 

Es necesario impulsar políticas con los países de partida de los migrantes. Es lo que hace Italia con Túnez, evitando así una crisis debida, entre otros motivos, al desempleo (cerca del 18%). Hay que lograr que los gobiernos asuman la responsabilidad de sus ciudadanos, como en algunos países africanos en paz, ayudándoles a abrir oportunidades de empleo. Para ello se requiere un gran compromiso político internacional, compuesto de creatividad y responsabilidad, como lo exige el mundo global. No podemos asustarnos y mostrarnos agresivos ante los muros; no podemos ser indiferentes al sufrimiento y pasivos ante la historia. Además, necesitamos inmigrantes para el funcionamiento de la economía y para llenar los vacíos demográficos. Es necesario reabrir las cuotas de inmigrantes que podemos integrar en el mercado laboral. Por otra parte, la práctica de los «corredores humanitarios» para situaciones de emergencia es significativa. 

El papa Francisco recientemente ha dicho, en relación a la experiencia latinoamericana: "Si se ayuda a los inmigrantes a integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo  don que invita a una sociedad a crecer". Tenemos que estar menos asustados, ser más valientes, acogedores y creativos en el mundo.

Foto de la Cancillería de Polonia (detalle), de flickr

Artículo de Andrea Riccardi en Famiglia Cristiana del 21/11/2021

[Traducción de la redacción]