Jóvenes y ancianos, diálogo de paz

Artículo de Marco Impagliazzo en La Nuova Sardegna

El papa Francisco, como es sabido, tiene un gran aprecio por los ancianos. Y da gran importancia, por motivos estrictamente biográficos, al diálogo entre generaciones. Sabe que el futuro se construye cuando personas jóvenes (y también muy jóvenes) y viejas hablan entre ellas, se aprecian, se atraen.

¿Pero es suficiente para convertirlo en uno de los ejes del mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2022? Hemos llegado a la 55 edición de una jornada que instituyó Pablo VI el 1 de enero de 1968. Entonces el mundo estaba dividido en dos, era el tiempo de la Guerra Fría y la amenaza nuclear era muy fuerte. El Papa quiso centrar la atención en el tema de la paz. Desde entonces la Iglesia católica propone el 1 de enero como el día de la paz. Es como decir de alguna manera que hay que empezar el año dando un paso de paz.

La referencia de Francisco al diálogo entre las generaciones para construir la paz guarda relación con el testimonio de los ancianos que vivieron en primera persona la guerra mundial, con la carga de sufrimiento y destrucción que comportaba (y el esfuerzo de una larga reconstrucción), un testimonio de gran valor para quien no lo vivió. El diálogo entre generaciones es un sólido fundamento de paz, porque, como escribe el Papa en su mensaje, es «diálogo entre los depositarios de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―». Si se interrumpe corremos el peligro de caer en el caos y en la violencia.

Algo más cierto si cabe en un tiempo de segregación impuesta, cuando «la soledad de los mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento de impotencia y de la falta de una idea común de futuro», es decir, cuando se rompe el circuito vital de las comunicaciones y de los afectos.

Pero el diálogo entre generaciones empieza a estructurarse no solo en la familia sino también en la escuela. Por eso el Papa cree que el segundo pilar para construir una paz duradera es la educación. La gramática del diálogo se aprende en la escuela. Es algo que todos hemos experimentado en los primeros años de la vida gracias a la transmisión y la recepción vertical del saber y también gracias a la habilidad "mayéutica" de desarrollar empáticamente personalidad y talentos. Diálogo entre generaciones, ayer y siempre, pero también diálogo entre culturas, especialmente hoy: con la globalización y el afianzamiento de una "multiculturalidad de la vida de cada día", la escuela, que es un reflejo de aquella, se convierte en herramienta de educación a la paz y a la convivencia.

Y luego, como tercer elemento de la tríada, el trabajo «factor indispensable para construir y mantener la paz». Es importante destacar este aspecto porque, con la consolidación de la «sociedad de los individuos», la actividad laboral ha perdido la característica de esfuerzo colectivo, en el que se comparten esfuerzo, sudor y también dedicación, alegría y metas. Actualmente cada uno trabaja básicamente solo, frente a una pantalla. La economía informal, la relevancia de los contratos atípicos y, por último, la pandemia (con la consolidación del teletrabajo), han acentuado esta tendencia: jóvenes y ancianos comparten cada vez menos espacios. Parcelizándolo así, el trabajo en sí se devalúa. En Estados Unidos se está difundiendo el fenómeno de la great resignation, por el que miles de trabajadores abandonan el mercado de trabajo por cansancio, aburrimiento o decepción: es mejor vivir –o sobrevivir– con algunas ayudas.

El papa Francisco en estos años siempre ha recordado que el trabajo es sobre todo ejercicio de la dignidad y de la creatividad humanas: el hombre, con sus talentos, prolonga la obra divina en la creación. Y es siempre, como escriben en su mensaje, «expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien». Así pues, «es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso». Al finalizar el encuentro interreligioso de Asís de 1986, Juan Pablo II utilizó un término que yo tildaría de "obrero" para definir el "trabajo" de la paz: es una obra –dijo– abierta a todos. Ya va siendo hora de que aquella obra se reanude. Y deprisa. 

[Marco Impagliazzo]

[Traducción de la redacción]