ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 14 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 3,13-20

Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría
y el hombre que alcanza la prudencia; más vale su ganancia que la ganancia de plata,
su renta es mayor que la del oro. Más preciosa es que las perlas,
nada de lo que amas se le iguala. Largos días a su derecha,
y a su izquierda riqueza y gloria. Sus caminos son caminos de dulzura
y todas sus sendas de bienestar. Es árbol de vida para los que a ella están asidos,
felices son los que la abrazan. Con la Sabiduría fundó Yahveh la tierra,
consolidó los cielos con inteligencia; con su ciencia se abrieron los océanos
y las nubes destilan el rocío.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es la primera bienaventuranza del libro: "Feliz el hombre que encuentra sabiduría". La sabiduría se ofrece a todos, sin distinción. Si la busca, cualquier hombre puede encontrarla. Parece casi como si aquí Israel saliera de sus límites y mostrara la universalidad salvífica de su Dios, que no se esconde a nadie. Una bienaventuranza propone valores, no exigencias, hace un llamamiento a la bondad y a su capacidad de atracción. Felices pueden ser todos si se escucha cuanto ofrece el Señor. Aquí se exalta el valor de la sabiduría, que puede atraer. Esta vale más que el oro y la plata, es más preciosa que cualquier perla. Quien la adquiere tendrá una vida larga junto a honor y riqueza. Cierto, esta descripción será puesta en discusión por el libro de la Sabiduría ante la muerte prematura del justo y del sabio. ¿Cómo puede Dios permitir la muerte de quien le ha sido fiel mientras los malvados parecen prosperar? Es una pregunta que debemos tener presente no para disminuir el significado del texto de los Proverbios, sino para preguntarnos qué significa la felicidad mencionada. En efecto, el valor sin igual de la sabiduría va más allá de la felicidad que se obtiene con la riqueza o la fuerza. Ésta tiene un valor muy superior que se refiere a la sabiduría misma, que, recibida de Dios también por la búsqueda humana, dona una dimensión y una felicidad nueva e inesperada al vivir, más preciosa que cualquier otro bien que alguien se pueda procurar solo. La sabiduría parece incluso conducirnos a esa felicidad originaria propia del paraíso. La referencia al árbol de la vida y a la creación hacen pensar en esta dirección: "Es árbol de vida para los que se aferran a ella, felices son los que la retienen. El Señor fundó la tierra con sabiduría, estableció los cielos con inteligencia; por su saber se dividen las aguas abismales y las nubes destilan rocío". Quien se aferra a la sabiduría -por tanto se vuelve a la idea del empeño de cada uno- descubre algo originario en la relación con Dios, porque ésta es como el árbol de vida del paraíso, que el primer hombre y la primera mujer perdieron por su orgullo que les alejó del Señor. Por esto, para adquirir la sabiduría es necesario volver a ser hijos

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.