ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de Comunión anglicana. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de Comunión anglicana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 6,20-35

Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre
y no desprecies la lección de tu madre. Tenlos atados siempre a tu corazón,
enlázalos a tu cuello; en tus pasos ellos serán tu guía;
cuando te acuestes, velarán por ti;
conversarán contigo al despertar. Porque el mandato es una lámpara
y la lección una luz;
camino de vida los reproches y la instrucción, para librarte de la mujer perversa,
de la lengua suave de la extraña. No codicies su hermosura en tu corazón,
no te cautive con sus párpados, porque un mendrugo de pan basta a la prostituta,
pero la casada va a la caza de una vida preciosa. ¿Puede uno meter fuego en su regazo
sin que le ardan los vestidos? ¿Puede uno andar sobre las brasas
sin que se le quemen los pies? Así le pasa al que se llega a la mujer del prójimo:
no saldrá ileso ninguno que la toque. No se desprecia al ladrón cuando roba
para llenar su estómago, porque tiene hambre. Mas, si le sorprenden, paga el séptuplo,
tiene que dar todos los bienes de su casa. Pero el que hace adulterar a una mujer es un mentecato;
un suicida es el que lo hace; encontrará golpes y deshonra
y su vergüenza no se borrará. Porque los celos enfurecen al marido.
y no tendrá piedad el día de la venganza. No hará caso de compensación alguna;
aunque prodigues regalos, no aceptará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje trata del adulterio, pero le precede una larga exhortación en el lenguaje propio del libro. Ahora también Dios siente la necesidad de recordar a su pueblo y a cada uno de nosotros nuestra condición de "hijos", mientras el Señor se presenta de nuevo como un padre y una madre que quiere enseñarnos el camino del bien y de la vida. Parecen resonar las palabras del Deuteronomio sobre la Torá: "Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas" (Dt 6,6-9). La enseñanza del Señor, su palabra, debe ser grabada en el corazón, debe acompañar toda acción nuestra, sugerir nuestros pensamientos, guiar nuestros sentimientos. Por esto hay que leerla y meditarla, hasta que se convierta en la compañera de nuestros días. La Palabra de Dios se convierte en enseñanza y mandamiento, por eso pide ser escuchada y seguida. Es un mandamiento. Pide obediencia en un mundo en el que la única autoridad viene de uno mismo. En la oscuridad y en la desorientación ella es lámpara y luz, como dice el salmo: "Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero". Por tanto, ella protege al hombre de las decisiones equivocadas que le pueden llevar no sólo lejos del Señor sino también hacia una vida insensata con la que él mismo se arruina. El texto advierte al hombre de permitir que crezcan en él sentimientos que lo unan a otra mujer, porque éstos le llevarán a decisiones equivocadas. A pesar de ello, no se habla explícitamente de la indisolubilidad del matrimonio, es claro que la exhortación a la fidelidad conyugal y la condena del adulterio son su premisa indispensable.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.