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Vigilia del domingo
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Recuerdo de José de Arimatea, discípulo del Señor que "esperaba el reino de Dios" Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 17 de marzo

Recuerdo de José de Arimatea, discípulo del Señor que "esperaba el reino de Dios"


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 5,1-16

Al anciano no le reprendas con dureza, sino exhórtale como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; a los ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza. Honra a las viudas, a las que son verdaderamente viudas. Si una viuda tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a practicar los deberes de piedad para con los de su propia familia y a corresponder a sus progenitores, porque esto es agradable a Dios. Pero la que de verdad es viuda y ha quedado enteramente sola, tiene puesta su esperanza en el Señor y persevera en sus plegarias y oraciones noche y día. La que, en cambio, está entregada a los placeres aunque viva, está muerta. Todo esto incúlcalo también, para que sean irreprensibles. Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel. Que la viuda que sea inscrita en el catálogo de las viudas no tenga menos de sesenta años, haya estado casada una sola vez, y tenga el testimonio de sus buenas obras: haber educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos, socorrido a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de buenas obras. Descarta, en cambio, a las viudas jóvenes, porque cuando les asaltan los placeres contrarios a Cristo, quieren casarse e incurren así en condenación por haber faltado a su compromiso anterior. Y además, estando ociosas, aprenden a ir de casa en casa; y no sólo están ociosas, sino que se vuelven también charlatanas y entrometidas, hablando de lo que no deben. Quiero, pues, que las jóvenes se casen, que tengan hijos y que gobiernen la propia casa y no den al adversario ningún motivo de hablar mal; pues ya algunas se han extraviado yendo en pos de Satanás. Si alguna creyente tiene viudas, atiéndalas ella misma y no las cargue a la Iglesia, a fin de que ésta pueda atender a las que sean verdaderamente viudas.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Con una sola frase Pablo muestra a Timoteo cómo comportarse con los diferentes miembros de la comunidad. La responsabilidad del gobierno no debe ejercerse con una autoridad fría sino como un servicio hecho en la "familia de Dios", es decir, con un espíritu de fraternidad que hace que el pastor se dirija a sus fieles según las necesidades de cada uno. Jesús mismo había llamado a sus discípulos con el apelativo de "hermanos", "hermanas" y "madre", enseñando a considerarse como una verdadera familia. Y la primera comunidad cristiana había aprendido a vivir precisamente con "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32), de manera fraterna y atenta. Por tanto, si es necesario corregir a un anciano, se deberá hacer con reverencia, como se hace con un padre; y si es una mujer anciana como si fuese una madre. De forma análoga se deberá comportar Timoteo con los más jóvenes, es decir, considerándoles como hermanos y hermanas; con las jóvenes, además, mantendrá un comportamiento lleno de prudencia y discreción. Pablo, extendiendo el cuarto mandamiento, exhorta a "honrar" a las viudas, retomando así la tradición ininterrumpida del Antiguo Testamento, que incluye a las viudas entre los predilectos de Dios, junto con los huérfanos y los extranjeros. Las mujeres ancianas que tienen hijos y nietos deben ser cuidadas por ellos, pues de otro modo "reniegan de su fe" -subraya Pablo-, es decir, incumplen el mandamiento del amor. El apóstol pide después estar atentos a las personas que no pueden cuidar de sí mismas, para ayudarlas a llevar una vida que no sea disipada ni pecaminosa. Se debe poner una atención especial a las viudas que han decidido servir a la comunidad: inscritas en un "catálogo" oficial, deben superar los sesenta años de edad, haberse casado una sola vez, ser generosas en el servicio a la caridad, como la educación de los niños (los huérfanos), y en la práctica de la hospitalidad. Pablo menciona además el lavatorio de "los pies de los santos", recordando el gesto con el que Jesús quiso indicar a los discípulos la necesidad de hacerse humildes y siervos los unos de los otros. De las indicaciones del apóstol emerge claro el vínculo entre el espíritu de fraternidad vivido en la comunidad y el servicio de amor hacia los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.