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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de san Anselmo (1033-1109), monje benedictino y obispo de Canterbury. Por amor de la Iglesia soportó el exilio Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de abril

Recuerdo de san Anselmo (1033-1109), monje benedictino y obispo de Canterbury. Por amor de la Iglesia soportó el exilio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 2,11-15

Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras. Así has de enseñar, exhortar y reprender con toda autoridad. Que nadie te desprecie.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, queriendo subrayar cuál es la fuerza que hace ejemplares a los cristianos, entona un canto a la gracia de Dios, portadora de salvación, que en el tiempo establecido se ha manifestado en Jesucristo. En él se ha mostrado la misma misericordia de Dios, y en él Dios ofrece a los hombres la salvación, sin excepción alguna. El evangelista Juan escribe: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Con la encarnación del Verbo ha llegado la salvación, es decir, la liberación de la muerte y la entrada en la vida plena para todos los hombres sin distinción alguna de lengua, pueblo o nación. Este inimaginable amor de Dios por nosotros nos empuja a tomar una decisión, bien a abrirnos al amor, o bien -desgraciadamente- a cerrarnos a él. No se puede permanecer en la indecisión o en una imposible neutralidad. La gracia que Dios dona a través del Hijo empuja a quien la acoge hacia una rotura radical con la impiedad y los instintos egocéntricos. En la carta a los Romanos el apóstol escribe: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6, 4), esperando el retorno definitivo del Señor. La esperanza de la vida eterna es esencial en la vida cristiana (cf. 1 Co 13, 13); Pablo habla de ello continuamente y considera este misterio una dimensión central de la vida cristiana. Los discípulos de Jesús, liberados del pecado, santificados y unidos en Cristo como su pueblo, están llamados a manifestar con las buenas obras esta alta vocación suya y esta gran dignidad. Es el misterio que Tito debe predicar a todos los que encuentra, y debe hacerlo con firmeza. Quizá sea todavía joven (cf. 2, 7), como Timoteo (cf. 1 Tm 4, 12), pero Pablo por su parte advierte a la comunidad de Creta de no menospreciarlo. De hecho, en la comunidad cristiana no cuenta la edad o la posición social, sino sólo la autoridad de la misión, como Jesús había dicho: "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10, 16).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.