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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de san Pancracio, mártir a los catorce años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 12 de mayo

Recuerdo de san Pancracio, mártir a los catorce años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gálatas 6,11-18

Mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propio puño. Los que quieren ser bien vistos en lo humano, ésos os fuerzan a circuncidaros, con el único fin de evitar la persecución por la cruz de Cristo. Pues ni siquiera esos mismos que se circuncidan cumplen la ley; sólo desean veros circuncidados para gloriarse en vuestra carne. En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva. Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios. En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, que hasta ahora había redactado su epístola al dictado, ahora "escribe de su propio puño" la conclusión, y la escribe con "letras" especialmente "grandes", como si quisiera destacar especialmente su "gran" amor por ellos. Los malos maestros quieren apartar a los gálatas del Evangelio que el apóstol les ha predicado, pero de ese modo hacen que la misma cruz de Cristo sea vana. Estos no actúan solamente contra el Espíritu, sino que quieren "evitar la persecución por la cruz de Cristo". Si predicaran en su totalidad la cruz de Cristo, serían perseguidos por los judíos. Aquellos falsos maestros se mueven, pues, por el interés, e incluso por la mezquindad: solo quieren gloriarse de haber ganado a los gálatas para su causa. Más que la circuncisión, lo que buscan es su vanidad. Pablo, en cambio, solo quiere gloriarse "en la cruz de nuestro Señor Jesucristo". Lo que para los adversarios es deshonra e ignominia, para él es motivo de orgullo y de gloria. Para Pablo hay que rechazar la vanagloria personal porque para el cristiano "el mundo es un crucifijo" y él es un "crucificado para el mundo". Mediante la cruz del Hijo, el Padre ha pronunciado la condena a muerte contra el viejo mundo de la ley, y contra el hombre viejo de las observancias exteriores. La cruz de Cristo tiene eficacia no solo sobre el hombre que la acoge en la fe, sino sobre todo lo creado porque borra el viejo mundo y abre el camino para una nueva creación. Cristo, el primer resucitado, empieza la nueva creación. Asimismo, todos aquellos que en el bautismo han sido crucificados con Cristo resucitan con él (cfr. Rm 6,4ss). "En Cristo" se convierten los hombres de esta nueva creación: "El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17). El "orgullo del cristiano" consiste en ser hijo de Dios y en gozar de "paz y misericordia" en la nueva creación. El apóstol termina su epístola pidiendo que en el futuro no le molesten más, que no deba soportar contrariedades inútiles y peligrosas. Sus preocupaciones son otras. Y termina afirmando: "Llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús". Pablo no solo siente que es esclavo de Jesús (1,10), sino también que está marcado por sus estigmas por predicar el Evangelio. Los gálatas deben guardarse de oponerse al esclavo de Cristo. Y por último, invoca la bendición de Cristo sobre ellos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.