ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 9 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 5,12-28

Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. Tenedles en la mayor estima con amor por su labor. Vivid en paz unos con otros. Os exhortamos, asimismo, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos. Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo genero de mal. Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama y es él quien lo hará. Hermanos, orad también por nosotros. Saludad a todos los hermanos con el beso santo. Os conjuro por el Señor que esta carta sea leída a todos los hermanos. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, que ha invitado a los tesalonicenses a vivir la reciprocidad en el amor, ahora les pide que "tengan consideración" por los que trabajan por la predicación y por el gobierno de la comunidad. Pablo quizás conocía personalmente a los responsables de la comunidad de Tesalónica, que le sustituyeron tras su huida. Y pide que les amen y les respeten. Es obvio que la exhortación atraviesa los siglos y se aplica también a las comunidades cristianas de hoy. El respeto por los responsables es la primera manifestación de aquella fraternidad que debe reinar en la familia de Dios, cuya vida puede estar regulada solo por el "bien mutuo" (cf. 3,12; 4,9ss.; 5,15). Y es precisamente el amor lo que requiere el orden en la vida fraterna. La fraternidad no destruye la diversidad de los ministerios y necesita que alguien guíe su vida. Este no deja de ser hermano de todos, pero al mismo tiempo recibe del Señor la tarea de ejercer un liderazgo pastoral. Es un servicio al amor y a la unidad; por eso se le debe respeto y obediencia. La paz con ellos es la premisa para una verdadera comunión entre todos. Obviamente, la atención por la fraternidad no es solo tarea del responsable sino de todos los miembros de la Iglesia. Pablo exhorta a todos a estar atentos a la fraternidad: uno debe preocuparse del otro y cada uno debe velar por sus hermanos. La misma disciplina penitencial de la Iglesia forma parte de este contexto de radical fraternidad en la vida común. Es el sentido de la exhortación a "amonestar a los que viven desconcertados" y a los negligentes, porque la comunidad no puede ver crecer discordias y conflictos que ponen en peligro su unidad. Asimismo, también es importante animar a los "pusilánimes", es decir, a los que flaquean y querrían frenar el camino común. Todos deben prestar una atención especial a los débiles: hay que sostenerles con un amor constante. No solo el desorden, la pusilanimidad y la debilidad ponen a prueba el amor fraterno, sino también la venganza, es decir, "devolver mal por mal". La regla a seguir es la que se indicó a los romanos: "No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12,21). Así vence al mal el cristiano. Solo el amor es fuerte y arranca de raíz el mal. Sobre esa base Pablo construye una triple exhortación: a "estar siempre alegres", a "orar constantemente" y a "dar gracias" por todo. Y mirando la vitalidad de la comunidad, exhorta a todos, especialmente a aquellos que veían con cierta desconfianza o envidia aquella riqueza de vida, a "no extinguir el Espíritu" y a "no despreciar las profecías". Es cierto que hay que examinarlo todo con atención, pero hay que quedarse lo bueno porque es un don del Señor. Pablo exhorta finalmente a los tesalonicenses a mantenerse firmes en la fe que han recibido y a conservarse "sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.