ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 16 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Tesalonicenses 3,6-17

Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis. Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien. Si alguno no obedece a lo que os decimos en esta carta, a ése señaladle y no tratéis con él, para que se avergüence. Pero no lo miréis como a enemigo, sino amonestadle como a hermano. Que El, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros. El saludo va de mi mano, Pablo. Esta es la firma en todas mis cartas; así escribo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo interviene ante los tesalonicenses para que eviten a aquellos que ponen en peligro la integridad de la fe y la unidad de la comunidad. Siente, en efecto, la responsabilidad grave de preservar la comunión en la Iglesia de los errores de aquellos que, obedeciendo a sus opiniones personales, se han convertido en siervos del Adversario. Estos deben ser alejados para que sean conscientes del mal que están haciendo y se arrepientan. Concretamente, Pablo afirma que todo cristiano debe llevar a cabo de buen grado su trabajo y señala a los holgazanes como desviados del Evangelio. Él mismo, durante su estancia en Tesalónica, había dado ejemplo: "Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios" (1 Ts 2,9). En definitiva, parece decir Pablo, si había un lugar en el que había que evitar abusos de dicho tipo era precisamente Tesalónica, donde él mismo se había negado a ser sostenido por los fieles. El apóstol quería subrayar la importancia del trabajo como sostén para quien lo realiza y como ayuda para quien era más pobre y lo necesitaba. Pablo quería ser como todos; hoy diríamos como un laico, para poder dar testimonio con mayor eficacia del Evangelio. Predicando a los tesalonicenses, durante su estancia en la ciudad, ya había tenido ocasión de hablar del comportamiento frente al trabajo, hasta el punto que acuñó una especie de eslogan: "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma". Era una medida drástica que quería ser educativa. Tal vez aquellos "holgazanes" se abandonaban a actitudes de fanatismo religioso que turbaban la vida de la comunidad, pretendiendo además que les sostuvieran. El apóstol interviene con energía: no quiere que la comunidad quebrante su unidad. Pide a los que no hacen nada que se arrepientan y que vuelvan a vivir en el orden de la comunidad, y a los demás que no se desanimen a hacer el bien. El discípulo sabe que el amor cristiano es gratuito y desinteresado. Y si alguien no acoge estas disposiciones, el apóstol pide que le reprendan. La comunidad no es una familia sin orden. Por eso hay que intervenir cuando es necesario, no para juzgar y condenar sino para corregir y edificar. A quien no obedece no hay que tratarle "como a enemigo" sino que hay que amonestarle "como a hermano". El Evangelio ha abolido la lógica del enemigo y ha instaurado la lógica de la corrección. Así es, por otra parte, como Dios se ha comportado con nosotros. A la comunidad no le es lícito en ningún caso superar los límites que ha puesto el amor de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.