ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 4 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 2,1-18

Así, pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres
y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es SEÑOR
para gloria de Dios Padre. Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo, presentándole la Palabra de vida para orgullo mío en el Día de Cristo, ya que no habré corrido ni me habré fatigado en vano. Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros. De igual manera también vosotros alegraos y congratulaos conmigo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo exhorta a los cristianos de Filipos a vivir en el amor, pero esto solo es posible si son animados por la humildad y no por la vanagloria, solo si buscan el interés de los demás más que el suyo propio. El apóstol toca aquí uno de los aspectos centrales de su petición a los filipenses: la unidad y la santidad se obtienen solo si todos dirigen la mirada hacia Jesús y acogen en sí «sus mismos sentimientos». El cristiano modela su corazón sobre los sentimientos de Jesús y su mente sobre los pensamientos de Jesús. El discípulo imita en todo al maestro: le sigue, le escucha y así siempre. Sabemos que la vida de Jesús está marcada por la kenosi, es decir, el rebajamiento: el cual, siendo de condición divina, se rebajó a sí mismo tomando condición de esclavo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, con tal de permanecer fiel a su elección de amor y salvar así al mundo. Su rebajarse hasta ser esclavo no fue una elección de falsa humillación, sino la consecuencia de un amor que no ha conocido límites. Por tal amor, Dios exaltó a Jesús, es decir, lo liberó de los lazos de la muerte. En el nombre de Jesús todos pueden encontrar la salvación. Pablo de nuevo anima a los cristianos de Filipos a que sigan viviendo en la obediencia al Evangelio porque así han dado no pocos frutos. Por tanto les exhorta a evitar murmuraciones, para que sean «hijos de Dios sin tacha en medio de una generación perversa y depravada». La comunidad debe brillar «como estrella en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida». Pablo sabe bien que la comunidad cristiana, aunque esté en medio de tribulaciones, puede resistir porque se apoya sobre el Evangelio. Si los cristianos siguen viviendo el Evangelio como fundamento de su propia vida, el apóstol dice que ciertamente no habrá corrido en vano. Lo es también por sí mismo, porque ha procurado seguir siempre al Señor. De aquí la invitación a obedecer cotidianamente al Evangelio para ser liberados de la esclavitud del egocentrismo. Al discípulo, y a toda comunidad cristiana, se les llama a poner su atención sobre la palabra que el Señor envía cada día: debe escucharla, acogerla, custodiarla en el corazón y comunicarla en todo lugar. Esta es la alegría que el apóstol mismo vive y que quiere comunicar a los cristianos de Filipos, como también a nosotros discípulos de última hora.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.