ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de san Lorenzo, diácono y mártir († 258). Reorganizó el servicio a los pobres en Roma y para los que les sirven en el nombre del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 10 de agosto

Recuerdo de san Lorenzo, diácono y mártir († 258). Reorganizó el servicio a los pobres en Roma y para los que les sirven en el nombre del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 12,24-26

En verdad, en verdad os digo:
si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo;
pero si muere,
da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde;
y el que odia su vida en este mundo,
la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga,
y donde yo esté, allí estará también mi servidor.
Si alguno me sirve, el Padre le honrará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia recuerda al diácono san Lorenzo, que sufrió el martirio en la persecución de Valeriano, hacia la mitad del siglo III. El Evangelio proclamado subraya que este discípulo siguió a su maestro hasta el final, hasta la efusión de la sangre. Jesús había dicho: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto. Realmente el martirio es la situación normal de todo cristiano. Es «mártir», efectivamente, aquel que da su vida por los demás. Y puede ocurrir, como les pasó a Lorenzo y a muchos otros, que lleguen a darla hasta la efusión de la sangre, pero todo discípulo debe dar, es decir, gastar su vida por el bien de los demás y no solo de sí mismo. Dice también Jesús: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna». Estas palabras significan que quien se ama solo a sí mismo se pierde; quien ama a los demás –ese es el sentido del verbo «odiar» que utiliza Jesús– se salvará. Podríamos decir que Lorenzo fue mártir durante toda su vida, porque la gastó para la Iglesia y en particular para los pobres. San Ambrosio explica que Lorenzo fue quemado en una parrilla y luego fue decapitado porque había transgredido la ley fiscal que obligaba a entregar los supuestos tesoros de la Iglesia al emperador. Lorenzo reunió a los pobres a los que ayudaba como diácono, los llevó ante el juez y dijo: «Aquí tiene los tesoros de la Iglesia». Es un ejemplo que hoy debería resonar con fuerza en nuestra Iglesia y debería encontrar espacio en el corazón de cada uno de nosotros. Aquel que ama a los pobres y los ayuda en sus días vive el «martirio» en el sentido de que gasta su vida por estos «hermanos» de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.