ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 11,54-74

Depués de estos acontecimientos, volvió Trifón y con él Antíoco, niño todavía, que se proclamó rey y se ciñó la diadema. Todas las tropas que Demetrio había licenciado se unieron a él y salieron a luchar contra Demetrio, le derrotaron y le pusieron en fuga. Trifón tomó los elefantes y se apoderó de Antioquía. El joven Antíoco escribió a Jonatán diciéndole: «Te confirmo en el sumo sacerdocio, te pongo al frente de los cuatro distritos y quiero que te cuentes entre los amigos del rey.» Le envió copas de oro y un servicio de mesa, y le concedió autorización de beber en copas de oro, vestir púrpura y llevar fíbula de oro. A su hermano Simón le nombró estratega desde la Escalera de Tiro hasta la frontera de Egipto. Jonatán salió a recorrer la Transeufratina y sus ciudades, y todas las tropas de Siria se le unieron como aliadas. Llegó a Ascalón y los habitantes de la ciudad le salieron a recibir con muchos honores. De allí pasó a Gaza donde los habitantes le cerraron las puertas. Entonces la sitió y entregó sus arrabales a las llamas y al pillaje. Los de las ciudad vinieron a suplicarle y Jonatán les dio la mano, pero tomó como rehenes a los hijos de los jefes y los envió a Jerusalén. A continuación, siguió recorriendo la región hasta Damasco. Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio se habían presentado en Kedes de Galilea con un ejército numeroso para apartarle de su cargo. Entonces dejó en el país a su hermano Simón y salió a su encuentro. Simón acampó frente a Bet Sur, la atacó durante muchos días y la bloqueó. Le pidieron que les diese la mano y él se la dio. Les hizo salir de allí, ocupó la ciudad y puso en ella una guarnición. Por su parte, Jonatán y su ejército acamparon junto a las aguas de Gennesar, y muy de madrugada partieron para la llanura de Asor donde el ejército extranjero les vino al encuentro en la llanura después de dejar hombres emboscados en los montes. Mientras este ejército se presentaba de frente, surgieron de sus puestos los emboscados y entablaron combate. Todos los hombres de Jonatán se dieron a la fuga sin que quedara ni uno de ellos, a excepción de Matatías, hijo de Absalón, y de Judas, hijo de Kalfi, capitanes del ejército. Jonatán entonces rasgó sus vestidos, echó polvo sobre su cabeza y oró. Vuelto al combate, derrotó al enemigo y le puso en fuga. Al verlo, sus hombres que huían volvieron a él y con él persiguieron al enemigo hasta su campamento en Kedes y acamparon allí. Cayeron aquel día del ejército extranjero hasta 3.000 hombres. Jonatán regresó a Jerusalén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Decepcionado por Demetrio, Jonatán se pasó al bando de Trifón y empezó a servir al nuevo rey Antíoco IV con la misma fidelidad que había demostrado hacia su padre Alejandro. Antíoco, a su vez, tras haberse hecho con Antioquía, confirmó a Jonatán como sumo sacerdote y en los nombramientos anteriores de «amigo» y «pariente» (los regalos indican esta segunda posición). Y además lo nombró «gobernador» de cuatro distritos: Efraín, Lida, Ramataín y tal vez Acrabatena. Simón fue nombrado general (strategós) del territorio que se extiende a lo largo de la costa del mar, desde la Escalera de Tiro hasta la frontera con Egipto, en Rafia. Jonatán, reforzado por el reconocimiento de Seleuco IV, recorrió toda la región Transeufratina, es decir, al oeste del Éufrates, eliminando los focos rebeldes y reclutando a tropas para Trifón en vistas del inminente enfrentamiento; encontró únicamente una pasajera resistencia en Gaza. Demetrio comprendió el peligro que representaba que Jonatán se reforzara. Envió a sus generales a Galilea para persuadirle no de que abandonara el plan de reducir toda la región a ambos lados del Éufrates que estaba bajo dominio de Antíoco IV sino de que abandonara toda campaña militar y, si era posible, para eliminarlo. Jonatán le confió a su hermano el gobierno de la «región» de Galilea mientras él con sus soldados fue hacia allí. Demetrio se había asentado en Seleucia Marítima, desde donde controlaba Cilicia, Mesopotamia y las ciudades costeras de Tiro, Sidón y Gaza. En el verano de 144 Demetrio envió a un contingente de soldados contra Jonatán a Quedés de Galiela, decidido a destruir la potencia del mismo Jonatán. Dejando a su hermano Simón la tarea de reconquistar y asediar Bet Sur, Jonatán acampó cerca del lago de Genesaret. Y entabló batalla en la llanura de Asor. Jonatán cayó en una emboscada y los soldados, presa del pánico, huyeron. Llegados a este punto Jonatán, presa de la desesperación, reza al Señor. Y entonces se invierte la situación: «Jonatán entonces rasgó sus vestidos, echó polvo sobre su cabeza y oró» (71). Finalmente confió al Señor su persona y la suerte de su pueblo. El gesto de rasgarse las vestiduras pertenecía al sumo sacerdote en cuanto representante de todo el pueblo. Y el milagro se produjo: «Vuelto al combate, derrotó al enemigo y lo puso en fuga» (72). «Al verlo», escribe el autor sagrado, es decir, después de la oración y el arrepentimiento llega el don de la victoria sobre el enemigo. Como creyentes, ser conscientes de nuestro pecado nos ayuda a dirigirnos a Dios con confianza y a obtener su ayuda.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.