ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 1 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 10,13-16

Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quizá este episodio deba situarse en cualquier lugar de parada a lo largo del camino de Jesús hacia Jerusalén. Era costumbre presentar a los niños a los rabinos para que los bendijeran imponiéndoles las manos. Sin embargo los discípulos, al ver el tropel de niños que acudía y rodeaba a Jesús, pensaron que le molestarían. Una vez más Jesús aprovecha la ocasión para sorprender a los discípulos y enseñarles cómo se debían comportar. Ante todo les reprocha que impidan a los niños acercarse a él: Jesús les quiere junto a sí, y en cuanto llegan, “los abraza” y los bendice. La escena es singular, y ciertamente muestra la atención y la ternura de Jesús hacia los pequeños. ¿Cómo no ver en esta escena evangélica a los millones de niños que en nuestro mundo contemporáneo no saben a quién acudir y permanecen bajo el peso de la soledad y la marginación? Nadie les abraza, nadie les acaricia; al contrario, con frecuencia quien se les acerca es para explotarlos de los modos más diversos y crueles. Por ello, quien está a su lado para ayudarles, para hacerles crecer, para defenderlos, ciertamente recibirá una gran recompensa. No hay que tener miedo de la ternura. Y cuando Jesús dice: “El que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él”, propone una enseñanza central en la vida del discípulo. Este concepto se repite más veces en los Evangelios; basta pensar en lo que dice a Nicodemo: “Si uno no nace de lo alto no podrá ver el reino de Dios” (cfr. Jn 3, 1-15). Al proponer la actitud del niño como modelo del discípulo Jesús pretende subrayar la total dependencia del discípulo respecto a Dios, precisamente como un niño que depende en todo de sus padres. El discípulo es, ante todo, un hijo que recibe todo del Padre y depende en todo de Él. Es el tema de la primera bienaventuranza en el discurso de la montaña: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Los pobres en el espíritu son los humildes, los que se hacen niños ante Dios para depender de Él, y se consideran siempre hijos amados del Padre que han recibido “un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8, 15). Por ello dice Jesús que “de los que son como éstos es el Reino de Dios”.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.