ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 6 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,1-5

Sucedió que cruzaba en sábado por unos sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las manos. Algunos de los fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?» Y Jesús les respondió: «¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?» Y les dijo: «El Hijo del hombre es señor del sábado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús continúa su viaje hacia Jerusalén y en un sábado está atravesando un campo de trigo. Los discípulos arrancan espigas, las frotan entre las manos para separar el grano, y se lo comen. Las disposiciones rabínicas no permitían coger y comer espigas de trigo durante el sábado. Y los fariseos, que observan escrupulosamente la ley, pero descuidan el corazón y la vida de la gente, al ver lo que hacen los discípulos, los acusan de no respetar el reposo sabático. Los rabinos, efectivamente, habían enumerado 39 tipos de trabajos prohibidos en sábado, y entre ellos estaba segar, batir y aventar el trigo. Evidentemente, la acusación se dirige al maestro, que no los guía correctamente según la ley. Jesús evita entrar directamente en discusiones casuísticas, y responde a la acusación recordando el episodio de David que mientras huía de Saúl que quería matarlo se refugió en el templo. Y allí el sacerdote permitió que el fugitivo comiera los panes presentados (porque se colocan ante Dios) que son únicamente para los sacerdotes durante la semana de culto. La necesidad de comer que tenía David hizo que el gran sacerdote Ajímelec derogara esta disposición legislativa para que pudiera sobrevivir. Con la respuesta que da a los fariseos ("el Hijo del hombre es señor del sábado"), Jesús se sitúa en un plano aún superior al de David. Y, tal como refiere otra parte del Evangelio, explica que la verdad de la legislación sobre el "día de reposo" es ponerse total y plenamente al servicio del Señor. No es una cuestión de observar rituales exteriores. El Señor nos pide que reposemos del trabajo para que podamos participar en la santa Liturgia en la que nos constituimos como una única familia de Dios y para hacer que todos, especialmente los más pobres, los pequeños y los enfermos, vivan la fiesta del amor de Dios, es decir la alegría de los hermanos que están juntos en un momento de fiesta de reposo. Jesús también es señor del Sábado, no en el sentido que puede saltarse a su gusto lo que prescribe la ley, sino porque el tiempo de la salvación consiste en liberar a los hermanos y las hermanas de la soledad, del dolor y de la esclavitud de una situación inhumana. Y es inhumano llenar hasta los bordes el tiempo con un espíritu únicamente comercial. Los cristianos deben plantearse si, en un mundo en el que todo parece estar sometido a la ley del mercado y del consumo, no es una tarea urgente para los cristianos reproponer a nuestras sociedades el valor del reposo como día de alabanza a Dios, de fraternidad y de ayuda a los pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.