ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de san Juan Crisóstomo (“boca de oro”), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 13 de septiembre

Recuerdo de san Juan Crisóstomo (“boca de oro”), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,43-49

«Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. «¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? «Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús cierra su discurso a los discípulos y a las muchedumbres. Empieza con la imagen del árbol bueno que da fruto bueno. Quiere afirmar cómo debe ser la vida del discípulo y de toda comunidad cristiana. La conclusión es inmediata y evidente. Podríamos decir que habla de sí mismo con extrema claridad. El árbol, si es malo, solo puede dar fruto malo, y sucede lo mismo con cada persona y cada comunidad cristiana. Evidentemente Jesús nos invita a mirar el fruto personal y comunitario que podemos mostrar. Su calidad revela si nuestra vida está o no ligada al Evangelio. La carta de Santiago, como si comentara esta página, escribe: "¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la vid higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce" (3,11-12). Con estas palabras Jesús sugiere el indispensable lazo que hay entre el Evangelio y el corazón del discípulo. La difícil batalla entre el bien y el mal, entre la fe y el orgullo y, por tanto, entre ser "bueno" o "malo" se libra en el corazón. No hay que olvidar que ninguno de nosotros está exento de pecado, de debilidad y de miseria interior. No obstante su palabra exige una conversión del corazón. Porque nuestro comportamiento, el modo en el que se desarrolla nuestra vida dependen del corazón. Dice Jesús: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo”. Y en otra parte dice: “De dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,21). Obviamente de un corazón bueno salen propósitos buenos y acciones buenas. El trabajo de cada discípulo debe centrarse en cambiar su propio corazón: se trata ante todo de eliminar todo instinto malo, toda cerrazón, todo intento de mirarse a uno mismo y sobre todo el orgullo que nos conduce a una falaz autosuficiencia. Y luego edificar su interioridad escuchando fielmente el Evangelio "a rodillas de la santa madre Iglesia", como solía decir san Agustín. La edificación de nuestra vida, al igual que la de la comunidad cristiana, empieza escuchando con atención la Palabra de Dios, es decir dejando que sedimente en nuestro corazón para que dé fruto. No es casual que Jesús termine su fundamental discurso a los discípulos y a la gente con la parábola de la casa edificada sobre roca. Las palabras evangélicas, acogidas y puestas en práctica día a día, son como los cimientos para una casa que crece día a día. El Evangelio debe alimentar nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestras acciones. No basta con escucharlo una vez. Es indispensable alimentarse de él cada día y ponerlo en práctica, con humildad pero con perseverancia. Ese es el sentido de "cavar profundo hasta llegar a la roca". No basta con escuchar de manera superficial y desatenta. Podríamos decir que hay que hacer como "coladas" de palabras evangélicas desde las profundidades de nuestro corazón y de nuestros días. Cuando no lo hacemos y dejamos que nuestros pensamientos pasen por delante de los de Jesús construimos nuestros días y nuestra vida sobre tierra, sin cimientos. Y no se pueden poner otros cimientos que no sean los del Evangelio. Entre otros motivos porque las palabras del Evangelio no son unos cimientos muertos; al contrario, son una piedra viva que edifica nuestra vida cada día, hace que se mantenga firme contra el río impetuoso del mal que no deja de abatirse sobre nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.