ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jeremías 11,18-20

Yahveh me lo hizo saber, y me enteré de ello. Entonces me descubriste, Yahveh, sus maquinaciones. Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones: "Destruyamos el árbol en su vigor; borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse." ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo,
que escrutas los riñones y el corazón!,
vea yo tu venganza contra ellos,
porque a ti he manifestado mi causa.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El profeta Jeremías fue llamado por Dios cuando era todavía joven, con la misión de exhortar al pueblo a volver al Señor y a observar la ley que había recibido. El profeta lo dice claramente: “El Señor me lo hizo saber, y así lo supe. Entonces me descubriste, Señor, sus intrigas” (v. 18). El profeta no habla desde sí mismo, y ni siquiera desde lo alto de sus reflexiones. Iluminado por el Señor mismo interpreta la condición del pueblo. La denuncia de las culpas de Israel y de las consiguientes traiciones de la alianza es parte de la profecía, la cual pone ante los ojos del profeta lo que deberá a su vez repetir en voz alta. El anuncio profético suscita una fuerte oposición; le sucede tanto a Jeremías como al resto de los profetas. Le odian muchos por sus palabras, y se desencadenan conjuras contra él hasta que le meten en la cárcel y es llevado a Egipto. Sin embargo, a pesar de todas estas pruebas Jeremías no deja de cumplir su misión, no se echa atrás, aunque ello somete su fe a una dura prueba. Y se desahoga ante Dios con libertad y confianza. Oprimido por su propia gente, víctima inocente, Jeremías se compara con un cordero manso que es conducido al matadero, una imagen presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente (Is 53, 7) y referida al mesías, que será también perseguido. Jeremías, aunque postrado por los sufrimientos, expone con fe su causa al Señor. Sabe que Dios es un juez justo “que escruta los riñones y el corazón” (v. 20). Y lo cierto es que, a pesar de las injusticias de los hombres y las maldades que le reservan al profeta, al final su causa triunfará. Esta breve página nos ayuda a comprender, a través del ejemplo de Jeremías, el de Jesús, al que en pocos días acompañaremos hasta la cruz. En él vemos a todos los profetas de ayer y de hoy, que a pesar de la oposición del maligno continúan dando testimonio del amor y predicando la paz incluso a costa de su vida. Rodeados de tantos testigos emprendamos también nosotros –que desde luego no hemos resistido hasta llegar a la sangre, como dice la Carta a los Hebreos- el camino de la profecía del amor, para hacer nuestra contribución por un mundo más justo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.