ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 17 de octubre

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 4,13.16-18

En efecto, no por la ley, sino por la justicia de la fe fue hecha a Abraham y su posteridad la promesa de ser heredero del mundo. Por eso depende de la fe, para ser favor gratuito, a fin de que la Promesa quede asegurada para toda la posteridad, no tan sólo para los de la ley, sino también para los de la fe de Abraham, padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones: padre nuestro delante de Aquel a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean. El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo afirma que desde el inicio de la historia la salvación viene de la fe. Y recuerda el libro del Génesis que narra la conversión de Abraham. Escribe el apóstol más adelante en la misma carta: "Abraham creyó en el Señor, el cual se lo reputó por justicia" (Gn 15,6). La vida de Abraham es una muestra de la fuerza que brota de la fe. Su justificación fue la fe, no las obras que llevó a cabo. Confió totalmente en Dios aunque no tenía garantías claras y evidentes. Por eso es llamado justo: Dios lo hizo justo por la fe y lo salvó. Abraham se convierte así en ejemplo del creyente justificado por la fe, porque creyó en la Palabra de Dios. El apóstol puede decir, por eso, que Abraham "es nuestro padre", el de todos los creyentes. Por su fe el santo patriarca conoció un destino distinto: confiándose totalmente a aquel que lo había llamado, fue liberado de la esclavitud de sí mismo, de sus obras y de sus tradiciones. Por la fe, y no por la clarividencia de la visión o por la certeza de sus convicciones, Abraham dejó su tierra y se encaminó hacia un destino que no conocía. Por la fe absoluta y total en Dios llevó hasta la montaña a su hijo, su único hijo Isaac, para inmolarlo, y Dios se lo devolvió. En este camino que abrió Abraham, nuestro padre en la fe, Pablo dibuja el camino también para aquellos que acogen a Jesús como Señor de su vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.