ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 7 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 16,3-9.16.22-27

Saludad a Prisca y Aquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy solo en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad; saludad también a la Iglesia que se reúne en su casa. Saludad a mi querido Epéneto, primicias del Asia para Cristo. Saludad a María, que se ha afanado mucho por vosotros. Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo. Saludad a Ampliato, mi amado en el Señor. Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio. Saludaos los unos a los otros con el beso santo. Todas las Iglesias de Cristo os saludan. Os saludo en el Señor yo, Tercio, que he escrito esta carta. Os saluda Gayo, huésped mío y de toda la Iglesia. Os saluda Erasto, cuestor de la ciudad, y Cuarto, nuestro hermano. A Aquel que puede consolidaros
conforme al Evangelio mío y la predicación de
Jesucristo:
revelación de un Misterio
mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente,
por la Escrituras que lo predicen,
por disposición del Dios eterno,
dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de
la fe, a Dios, el único sabio,
por Jesucristo,
¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este capítulo, que parece una serie de textos desiguales yuxtapuestos, en realidad manifiesta aquella comunión concreta que Pablo resaltó en la última parte de la Epístola. La larga lista de nombres indica el alto número de amigos que tenía Pablo. Aunque no estaba en Roma, conocía a muchos miembros de aquella comunidad. Sabemos que conoció a Áquila y Prisca en Corinto, tras el edicto de Claudio (que decretó la expulsión de Roma de los judíos o de parte de ellos), que evidentemente ya no estaba en vigor cuando escribió la Epístola. No sabemos en qué circunstancias conoció el apóstol a las otras personas, pero el hecho de citarlas hace que aquella comunidad que él no fundó pero a la que se siente unido por vínculos concretos de comunión le aprecie más. Vemos aquí la importancia de la fraternidad en la vida de la Iglesia y de la variedad de maneras con las que se traban las amistades. La historia de la fraternidad cristiana nunca es una historia de masas anónimas. En la Iglesia, la comunión está siempre arraigada en el encuentro personal entre los discípulos, en las relaciones entre persona y persona. Cada uno tiene un nombre y una historia y todos son amados y cuidados personalmente. Este es el desafío que las comunidades cristianas de este tiempo deben aceptar para vencer el anonimato con el que la sociedad parece condenar a todos. Eso explica la recomendación del apóstol para los que provocan escándalos: hay que advertirles. Asimismo, no hay que descuidar a quienes son débiles: hay que ayudarles. El vínculo con el Evangelio hace que la comunidad sea fuerte y capaz de "aplastar" al príncipe del mal y de comprender el "misterio" del amor que fue revelado.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.