ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Daniel 7,15-27

Yo, Daniel, quedé muy impresionado en mi espíritu por estas cosas, y las visiones de mi cabeza me dejaron turbado. Me acerqué a uno de los que estaban allí de pie y le pedí que me dijera la verdad acerca de todo esto. El me respondió y me indicó la interpretación de estas cosas: Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que surgirán de la tierra. Los que han de recibir el reino son los santos del Altísimo, que poseerán el reino eternamente, por los siglos de los siglos." Después quise saber la verdad sobre la cuarta bestia, que era diferente de las otras, extraordinariamente terrible, con dientes de hierro y uñas de bronce, que comía, trituraba y pisoteaba con sus patas lo sobrante; y acerca de los diez cuernos que había en su cabeza, y del otro cuerno que había despuntado, ante el cual cayeron los tres primeros; y de este cuerno que tenía ojos y una boca que decía grandes cosas, y cuyo aspecto era mayor que el de los otros. Yo contemplaba cómo este cuerno hacía la guerra a los santos y los iba subyugando, hasta que vino el Anciano a hacer justicia a los santos del Altísimo, y llegó el tiempo en que los santos poseyeron el reino. El habló así: "La cuarta bestia
será un cuarto reino que habrá en la tierra,
diferente de todos los reinos.
Devorará toda la tierra,
la aplastará y la pulverizará. Y los diez cuernos: de este reino
saldrán diez reyes,
y otro saldrá después de ellos;
será diferente de los primeros
y derribará a tres reyes; proferirá palabras contra el Altísimo
y pondrá a prueba a los santos del Altísimo.
Tratará de cambiar los tiempos y la ley,
y los santos serán entregados en sus manos
por un tiempo y tiempos y medio tiempo. Pero el tribunal se sentará, y el dominio le será quitado,
para ser destruido y aniquilado definitivamente. Y el reino y el imperio
y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos
serán dados al pueblo de los santos del Altísimo.
Reino eterno es su reino,
y todos los imperios le servirán y le obedecerán."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este último día la liturgia nos hace escuchar una de las páginas centrales del libro de Daniel. Después de las visiones nocturnas, que narran los primeros catorce versículos del capítulo, Daniel siente que le fallan las fuerzas por el aturdimiento y pide a uno de los que están cerca de él que le explique el significado de lo que ha visto. También él –que muchas veces ha ayudado al rey babilonio a interpretar los sueños– esta vez necesita ayuda de otro para comprender lo que ha visto. Nadie puede afirmar que es autosuficiente, totalmente independiente de los demás. Eso es cierto también cuando escuchamos las Sagradas Escrituras. Gregorio Magno –uno de los más profundos comentadores de la Biblia– afirmaba que no pocas veces los oyentes le ayudaban a comprender mejor los pasajes bíblicos que tenía que comentar. Cuando la tradición espiritual de la Iglesia nos dice que debemos escuchar las Escrituras no solos sino en la comunidad, no hace más que destacar la importancia de escuchar juntos. Pues bien, el intérprete al que pregunta Daniel explica las visiones hablando especialmente de la cuarta bestia –que representa el reino de Alejandro Magno– y de sus diez cuernos, que son sus sucesores. El último cuerno "que despuntó" y que "declaraba la guerra a los santos y los vencía" (v. 21) representa a Antíoco IV Epífanes. Su arrogancia (5,20) –que sentía porque creía que era el representante de Zeus en la tierra– le lleva a perseguir a aquellos hebreos que querían permanecer fieles a Dios. Pero el intérprete anuncia que llegará el juicio de Dios: en aquel momento terminarán las persecuciones, el reino de Babilonia quedará destruido y el poder será entregado "al pueblo de los santos del Altísimo" (v. 27). Es el anuncio de esperanza que reciben los creyentes que permanecen fieles a Dios y a su alianza. A ellos el Señor les confía el poder de cambiar y de salvar la tierra. Cuando termina el año litúrgico, la visión de Daniel nos pide que miremos más allá del presente inmediato, que a veces es muy difícil, y que esperemos al Señor que viene a salvarnos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.