ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

La Iglesia bizantina venera hoy a san Saba (+532) "archimandrita de todos los eremitorios de Palestina". Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 5 de diciembre

La Iglesia bizantina venera hoy a san Saba (+532) "archimandrita de todos los eremitorios de Palestina".


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 30,19-21.23-26

Sí, pueblo de Sión que habitas en Jerusalén,
no llorarás ya más;
de cierto tendrá piedad de ti,
cuando oiga tu clamor;
en cuanto lo oyere, te responderá. Os dará el Señor pan de asedio y aguas de opresión,
y después no será ya ocultado el que te enseña;
con tus ojos verás al que te enseña, y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras:
"Ese es el camino, id por él",
ya sea a la derecha, ya a la izquierda. El dará lluvia a tu sementera con que hayas sembrado el suelo,
y la tierra te producirá pan que será pingüe y
sustancioso.
Pacerán tus ganados aquel día en pastizal dilatado; los bueyes y asnos que trabajan el suelo comerán forraje salado,
cribado con bieldo y con criba. Habrá sobre todo monte alto y sobre todo cerro elevado
manantiales que den aguas perennes, el día de la gran
matanza,
cuando caigan las fortalezas. Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano,
y la luz del sol meridiano será siete veces mayor
- con luz de siete días -
el día que vende Yahveh la herida de su pueblo
y cure la contusión de su golpe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta quiere asegurar a la comunidad de creyentes, aunque esté aquejada de aflicción, de que su oración llega hasta Dios: "Pueblo de Sión... no llorarás ya más; de cierto tendrá piedad de ti, cuando oiga tu clamor; en cuanto lo oyere, [el Señor] te responderá". Claro, puede suceder que la oración no aleje de inmediato el tiempo de la prueba, pero ciertamente obliga al Señor a la cercanía, a la compañía, a hacerse presente junto a su pueblo, como dice el profeta: "Os dará el Señor pan de asedio y agua racionada, y después ya no se ocultará el que te enseña". El Señor es un Dios paciente, lleno de amor y de misericordia. No deja de dirigirse a nosotros para que su palabra sea sembrada en nuestros corazones. Él es el sembrador del que hablan los Evangelios. El Señor esparce su semilla por todos lados con generosidad. No decide antes si el campo es bueno, si está preparado para recibir o si está lleno de piedras y de espinas. No decide antes, como muchas veces hacemos nosotros, si echar la semilla en todos lados, incluso hacia aquellos que podrían no escuchar. Dios quiere llegar a todos, porque conoce la fuerza de la semilla, la fuerza de su palabra, que cambia y transforma a quien la acoje. Él tiene piedad de nosotros, es justo porque es grande en el amor. Por eso, ¡bienaventurados son los que escuchan su Palabra! Ya no se tendrá que llorar, porque Dios escucha la súplica de quien se dirige a él y está dispuesto a curar las muchas heridas del mundo, como las de los que viven en guerra, la de los enfermos, los presos, los condenados a muerte, los ancianos, los niños y los pobres. Él cura y transforma profundamente la vida, como anuncia el profeta. Ante las heridas del mundo, ante la violencia del mal que nos asusta, escojamos recorrer el camino que se nos indica, para que también nosotros con paciencia podamos curar las heridas de quienes encontramos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.