ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 16 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 9,1-4.17-19.26; 10,1

Había un hombre de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Bekorat, hijo de Afiaj. Era un benjaminita y hombre bien situado. Tenía un hijo llamado Saúl, joven aventajado y apuesto. Nadie entre los israelitas le superaba en gallardía; de los hombros arriba aventajaba a todos. Se habían extraviado unas asnas pertenecientes a su padre Quis. Dijo Quis a su hijo Saúl: "Toma contigo uno de los criados y vete a buscar las asnas." Atravesaron la montaña de Efraím y cruzaron el territorio de Salisá sin encontrar nada; cruzaron el país de Saalim, pero no estaban allí, atravesaron el país de Benjamín sin encontrar nada. Y cuando Samuel vio a Saúl, Yahveh le indicó: "Este es el hombre del que te he hablado. El regirá a mi pueblo." Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta, y le dijo: "Indícame, por favor, dónde está la casa del vidente." Samuel respondió a Saúl: Yo soy el vidente; sube delante de mí al alto y comeréis hoy conmigo. Mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que hay en tu corazón. y se acostó. Cuando apuntó el alba, llamó Samuel a Saúl en el terrado y le dijo: "Levántate, que voy a despedirte." Se levantó Saúl y salieron ambos afuera, Samuel y Saúl. Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y después le besó diciendo: "¿No es Yahveh quien te ha ungido como jefe de su pueblo Israel? Tú regirás al pueblo de Yahveh y le librarás de la mano de los enemigos que le rodean. Y ésta será para ti la señal de que Yahveh te ha ungido como caudillo de su heredad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página se describe el modo en que Saúl es elegido y consagrado rey. El texto no manifiesta crítica alguna sobre la monarquía, como sin embargo Samuel había hecho en el capítulo precedente. Lo que queda claro es que, en todo caso, la fundación de la monarquía viene de lo alto y la autoridad de Saúl hunde sus raíces sólo en la voluntad y en el diseño de Dios. Los inicios son casi irónicos. Es verdaderamente difícil pensar que la monarquía comience a través de la pérdida de tres asnos. Además, Saúl no busca a Samuel; es más, ni siquiera lo conoce. Y serán otras personas (primero el criado y después las muchachas del país) las que le dirijan a él. Antes de que se produzca el encuentro, el narrador recuerda la revelación de Dios a Samuel: "Mañana ... te enviaré un hombre ... lo ungirás como jefe de mi pueblo ... él librará a mi pueblo de la mano de los filisteos, porque he visto a mi pueblo y su clamor ha llegado hasta mí" (v. 16). Es Dios quien una vez más toma la iniciativa. Si con anterioridad había decidido no escuchar más los gritos de su pueblo, ahora, sin embargo, le dice a Samuel que "su clamor ha llegado hasta mí". El Señor se deja conmover en las entrañas por su pueblo, sobre todo cuando está en la aflicción. Interviene moviendo los hilos de los acontecimientos. En general se trata de acontecimientos secundarios, de personalidades menores, de las que no se espera una intervención divina. En realidad, el Señor parte precisamente a partir de aquí para que se manifieste que la obra es suya, totalmente suya. Todo parece casual: la pérdida de los asnos, la búsqueda inútil y, al final, el encuentro con Samuel. La misma elección de Saúl se enmarca en esta lógica. Recibida la noticia de Samuel, hasta Saúl se queda sorprendido y objeta: "¿No soy yo de Benjamín, una de las menores tribus de Israel? ¿No es mi familia la más pequeña de todas las de la tribu de Benjamín? ¿Cómo me dices estas cosas?" (v. 21). Pero éste es el actuar de Dios. Samuel es advertido por Dios el día antes. Y en el encuentro con Saúl se produce la investidura. No se trata de un rito esotérico o misterioso. En el encuentro humano, en el hablarse directo entre las personas, es como se realiza el plan de Dios. No es casualidad que el autor sagrado relate el encuentro entre los dos con un gran cuidado de los detalles. Saúl no conoce Samuel y no dedica recursos especiales para descubrirlo. Verifica que no es un "adivino" sino un profeta, un hombre de Dios. Primero pregunta a las muchachas, después a un desconocido que encuentra por la calle. Tampoco Samuel conoce a Saúl; pero confía en el Señor que le indicará quién es el elegido. Es necesario que se realice un encuentro humano, concreto, entre los dos. Es necesario que se hablen, que se aclaren. Saúl busca los asnos perdidos y va donde un profeta; quiere también recompensarlo por la ayuda que puede ofrecerle y, sin embargo, es acogido en un banquete e invitado a pasar la noche en el país; pide noticias de sus asnos y recibe la garantía de que le descubrirá todo lo que hay en su corazón; no posee nada (el dinero es del criado) y le dicen que a su familia le pertenece "lo mejor de Israel". En el coloquio con Samuel, Saúl pregunta cómo es posible que "lo mejor de Israel" le pertenezca a él, a un miembro de la tribu más pequeña y de la familia menos importante de aquella tribu. La pregunta no obtiene respuesta, pero Samuel le hace sentarse en el primer lugar en el banquete: "Aquel día Saúl comió con Samuel". En aquella cena alrededor de la misma mesa se establece un vínculo de amor y de fraternidad. Muchas veces en la Escritura estar juntos a la mesa es la ratificación de una amistad bella y fuerte. Así parece también esta entre Samuel y Saúl. Al final los dos se entretienen después de la cena en el terrado. En la Biblia, la amistad es parte integrante de la fe de los creyentes, o mejor dicho, es una forma de vivir la fe con Dios y entre nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.