ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 23 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 1,1-4.11-12.17.19.19-27

Después de la muerte de Saúl, volvió David de derrotar a los amalecitas y se quedó dos días en Siquelag. Al tercer día llegó del campamento uno de los hombres de Saúl, con los vestidos rotos y cubierta de polvo su cabeza; al llegar donde David cayó en tierra y se postró. David le dijo: "¿De dónde vienes?" Le respondió: "Vengo huyendo del campamento de Israel." Le preguntó David: "¿Qué ha pasado? Cuéntamelo." Respondió: "Que el pueblo ha huido de la batalla; han caído muchos del pueblo y también Saúl y su hijo Jonatán han muerto." Tomando David sus vestidos los desgarró, y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Se lamentaron y lloraron y ayunaron hasta la noche por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo de Yahveh, y por la casa de Israel, pues habían caído a espada. David entonó esta elegía por Saúl y por su hijo Jonatán. La gloria, Israel, ha sucumbido en tus montañas.
¡Cómo han caído los héroes! Saúl y Jonatán, amados y amables,
ni en vida ni en muerte separados,
más veloces que águilas,
más fuertes que leones. Hijas de Israel, por Saúl llorad,
que de lino os vestía y carmesí,
que prendía joyas de oro
de vuestros vestidos. ¡Cómo cayeron los héroes en medio del combate!
¡Jonatán! Por tu muerte estoy herido, por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío,
en extremo querido,
más delicioso para mí tu amor que el amor de las
mujeres. ¡Cómo cayeron los héroes,
cómo perecieron las armas de combate!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El segundo libro de Samuel comienza con la narración de la muerte de Saúl a causa de un amalecita. En el relato del amalecita no hay signos de ninguna turbación por lo que había hecho. Es como si se hubiese tratado de una acción cualquiera. Ante ese relato David se indigna, tanto por la muerte de Saúl y de Jonatán, como porque el amalecita "no ha temido alzar su mano para matar al ungido del Señor" (v. 14). David ordena su muerte. Este, jactándose de haber matado a Saúl se gloriaba de un gravísimo sacrilegio contra la santidad de Dios, que había elegido a Saúl como "ungido de Israel". La sentencia puede parecer excesiva, pero la férrea ley del talión era inexorable. En cuanto rey y pariente de Saúl, David podía asumirse el derecho de la venganza de sangre, estableciendo el juicio y aplicando la sentencia. Con ese gesto David parece orientado a extirpar una práctica que comenzaba a resultar usual en el ordenamiento de la joven monarquía de Israel, es decir, la de matar a un rey ya débil para congraciarse con el sucesor (cf. 4,5-12). Con Jesús, las relaciones entre los hombres deben estar marcadas por el amor, extirpando así la violencia de raíz, es decir, del corazón mismo del hombre. Y el único camino eficaz es hacer que prevalezca el amor por los demás sobre el amor por uno mismo. El texto refiere después el desesperado lamento de David por la muerte tanto de Saúl como de Jonatán. David quiere que estas palabras suyas permanezcan impresas en la memoria de los "hijos de Judá" (v. 17). "¡Cómo han caído los héroes!", exclama David tres veces. Más que una pregunta es un grito de desolación. La respuesta a este triple grito está implícita: el Señor se ha alejado de Israel abandonándolo en manos de sus enemigos. En realidad, ha sido Saúl quien se alejó del Señor, desconfiando de su fuerza para confiar en las palabras de una nigromante de Endor cuando quiso conocer el resultado de la batalla que se estaba acercando. Y su culpa ha envuelto a todo el pueblo de Israel. En efecto, el pecado siempre tiene consecuencias para toda la comunidad. Estamos unidos unos a otros, en el bien y en el mal. El estribillo martilleante de David nos llama a todos a reflexionar sobre la verdadera causa del mal que se ha abatido sobre todo el pueblo. Y David, con arrepentimiento sincero, rinde honores a Saúl como a un valeroso guerrero. A pesar de que fuera su rival, David se muestra magnánimo y de corazón grande. La invocación para que no sea divulgada entre los pueblos enemigos la noticia de la suerte que le tocó a Israel (v. 20) y las imprecaciones contra las montañas de Gelboé por haber sido testigos de la infausta suerte de los héroes(v. 21), hacen emerger todavía más el arrepentimiento de David. Él sabe ir más allá de las culpas y perdona, ama sinceramente y reconoce la grandeza de los hijos del pueblo de Israel. Su pecado no elimina el amor de Dios por ellos. Y sobre este amor se funda el suyo por Saúl y Jonatán, y, a través de ellos, por todos. El lamento por Jonatán está marcado por un amor completamente extraordinario. David exalta al amigo pero también al hombre fiel que ha compartido hasta el final la misma triste suerte de su padre. Si por Saúl llama al llanto de las hijas de Israel, David dirige a Jonatán un dolor incluso mayor que el que se siente por la mujer amada. Es el preanuncio de ese lazo fraterno que nace no de la carne ni de la sangre sino de la adhesión al Evangelio, esa amistad que lleva a dar la vida por los amigos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.