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Vigilia del domingo
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Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 30 de enero

Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 12,1-7.10-17

Envió Yahveh a Natán donde David, y llegando a él le dijo: "Había dos hombres en una ciudad,
el uno era rico y el otro era pobre. El rico tenía ovejas y bueyes
en gran abundancia; el pobre no tenía más que una corderilla,
sólo una, pequeña, que había comprado.
El la alimentaba y ella iba creciendo con él y sus hijos,
comiendo su pan, bebiendo en su copa,
durmiendo en su seno
igual que una hija. Vino un visitante donde el hombre rico,
y dándole pena tomar su ganado
lanar y vacuno
para dar de comer a aquel hombre
llegado a su casa,
tomó la ovejita del pobre,
y dio de comer al viajero llegado a su casa." David se encendió en gran cólera contra aquel hombre y dijo a Natán: "¡Vive Yahveh! que merece la muerte el hombre que tal hizo. Pagará cuatro veces la oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber tenido compasión." Entonces Natán dijo a David: "Tú eres ese hombre. Así dice Yahveh Dios de Israel: Yo te he ungido rey de Israel y te he librado de las manos de Saúl. Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. Así habla Yahveh: Haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti. Tomaré tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro que se acostará con tus mujeres a la luz de este sol. Pues tú has obrado en lo oculto, pero yo cumpliré esta palabra ante todo Israel y a la luz del sol." David dijo a Natán: "He pecado contra Yahveh." Respondió Natán a David: "También Yahveh perdona tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado a Yahveh con ese hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio." Y Natán se fue a su casa. Hirió Yahveh al niño que había engendrado a David la mujer de Urías y enfermó gravemente. David suplicó a Dios por el niño; hizo David un ayuno riguroso y entrando en casa pasaba la noche acostado en tierra. Los ancianos de su casa se esforzaban por levantarle del suelo, pero el se negó y no quiso comer con ellos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor envía a Natán donde David para denunciarle el pecado y provocar el arrepentimiento. Es la tarea confiada a los profetas y a la Palabra de Dios: muchas veces el orgullo ciega e impide ver incluso el pecado en el que hemos caído. Necesitamos que la Palabra nos muestre el pecado e ilumine el corazón por el camino de la conversión. No basta con una simple denuncia. En efecto, el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Queriendo hacer comprender a David el abismo en el que había caído, Natán le narra la parábola de un rico con posesiones que roba al pobre la única corderilla que tenía. David reacciona violentamente y emite de inmediato la sentencia declarando que quien había cometido tal delito debería restituir cuanto indicaba la ley (v. 5), el cuádruplo (cf. Es 21,3?) o el séxtuplo (Prov 6, 31), y además merecía la muerte (v. 6). Asombra que David no se reconozca en la figura del prevaricador, ni lo hará hasta que Natán se lo declare abierta y directamente: "Tú eres ese hombre" (v. 7). En general, no basta con escuchar la Palabra de Dios de una vez por todas, necesitamos escucharla con frecuencia y que el profeta nos la explique. En efecto, Natán le explica a David puntualmente el significado de la parábola: primero le enumera los dones que Dios le había hecho (vv. 7-8) y después le hace comprender como él, sin embargo, había "menospreciado" la palabra del Señor, haciendo lo que estaba mal a sus ojos (v. 9). En todo caso, las palabras de Natán tuvieron su efecto medicinal de inmediato. Todo se vuelve más claro a los ojos de David. A diferencia de Saúl ante Samuel cuando le echaba en cara sus desobediencias (1 Sam 13,7-14; 15,9-29), él no intenta justificarse, como generalmente hacemos nosotros. Acoge el juicio de la Palabra de Dios, reconoce su pecado y dice: "He pecado contra el Señor" (v.13). Ante el profeta, David confiesa su pecado. Y el Señor, a través de la palabra de Natán, lo perdona. En el encuentro con Natán, David sabe con certeza que el Señor le ha perdonado. Necesitamos al enviado de Dios para confesar nuestros pecados. En efecto, la palabra del profeta nos asegura como aseguró a David: "El Señor ha perdonado tu pecado; no morirás". Juan Crisóstomo comenta: "Considera que Dios es lento en castigar, pero veloz en salvar". El texto advierte que "Natán se fue a su casa" (v. 15) y David se quedó solo ante Dios. Y la tradición de Israel pone en los labios de David el salmo 50, el más conocido y vibrante de los siete salmos penitenciales. Sin embargo, esto no borra el daño que el pecado ha traído a toda su "casa". El hijo que ha tenido con Betsabé se enferma y está a punto de morir. Con súplicas, ayunos rigurosos y yaciendo vestido de saco sobre el suelo, David pasa los siete días de la grave enfermedad del niño con la esperanza de que Dios se apiade y deje vivir al recién nacido; a continuación, después de la muerte, se somete lleno de fe a la voluntad de Dios: "Fue luego a la casa del Señor y se postró" (v. 20).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.