ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 25 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lamentaciones 2,2.10-14.18-19

Bet. El Señor ha destruido sin piedad
todas las moradas de Jacob;
ha derruido, en su furor,
las fortalezas de la hija de Judá;
por tierra ha echado, ha profanado
al reino y a sus príncipes. Yod. En tierra están sentados, en silencio,
los ancianos de la hija de Sión;
se han echado polvo en su cabeza,
se han ceñido de sayal.
Inclinan su cabeza hasta la tierra
las vírgenes de Jerusalén. Kaf. Se agotan de lágrimas mis ojos,
las entrañas me hierven,
mi hígado por tierra se derrama,
por el desastre de la hija de mi pueblo,
mientras desfallecen niños y lactantes
en las plazas de la ciudad. Lámed. Dicen ellos a sus madres:
"¿Dónde hay pan?",
mientras caen desfallecidos, como víctimas,
en las plazas de la ciudad,
mientras exhalan el espíritu
en el regazo de sus madres. Mem. ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré,
hija de Jerusalén?
¿Quién te podrá salvar y consolar,
virgen, hija de Sión?
Grande como el mar es tu quebranto:
¿quién te podrá curar? Nun. Tus profetas vieron para ti visiones
de falsedad e insipidez.
No revelaron tu culpa,
para cambiar tu suerte.
Oráculos tuvieron para ti
de falacia e ilusión. Sade. ¡Clama, pues, al Señor,
muralla de la hija de Sión;
deja correr a torrentes tus lágrimas,
durante día y noche;
no te concedas tregua,
no cese la niña de tu ojo! Qof. ¡En pie, lanza un grito en la noche,
cuando comienza la ronda;
como agua tu corazón derrama
ante el rostro del Señor,
alza tus manos hacia él
por la vida de tus pequeñuelos
(que de hambre desfallecen
por las esquinas de todas las calles)!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página está extraída del libro de las Lamentaciones, un libro formado por cinco cantos fúnebres después de la caída de Jerusalén, que tuvo lugar en 586 a.C. por obra de Nabucodonosor. El pueblo de Israel está disperso y no tiene referentes, y con la destrucción del templo tampoco tiene un culto. Un gran y taciturno silencio parece envolver al pueblo de Israel. La situación de tener el cielo cerrado y la historia sin horizonte es dramática. De ahí que se hable de "lamento". Las palabras que hemos escuchado manifiestan la tristeza de Israel cuando ve la situación en la que se encuentra: "El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob... En tierra se sientan, en silencio, los ancianos de Sión, la capital... mientras niños y lactantes desfallecen en las plazas de la ciudad". Es una imagen emblemática de la destrucción de la vida. Y por desgracia, no solo de entonces. No hay más que pensar en la situación de muchos ancianos y niños de nuestras ciudades. Y no obstante, nadie llora por eso. Al contrario, descartar a los ancianos y a los niños parece ya algo normal. Los profetas, desde el Antiguo Testamento, anuncian un nuevo mundo mostrando las plazas de las grandes ciudades llenas de ancianos serenos y de niños alegres. El texto exhorta a elevar la oración al Señor, e incluso a gritarle: "¡Clama, pues, al Señor... que corran a torrentes tus lágrimas, lo mismo de día que de noche!". En realidad, ya hay gritos, también en nuestros días: son los gritos de los pueblos en guerra, de los millones y millones de oprimidos en todo el mundo, de las víctimas de innumerables violencias. Los creyentes deben recoger estos gritos, hacerlos suyos, y llevarlos ante el altar del Señor. Sin "concederse tregua", es decir, rezando sin parar, sin desfallecer: "¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda... alza tus manos hacia él por la vida de tus pequeños que de hambre desfallecen por las esquinas de las calles!". Eso es lo que pasa todavía hoy en demasiados lugares del mundo. Esta página bíblica debe turbar también a los creyentes de nuestro tiempo. Es urgente que el lamento se convierta en oración insistente y en interés incesante de todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.