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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 3 de septiembre

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 4,6b-15

Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? ¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con vosotros! Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos. No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos. Pues aunque hayáis tenido 10.000 pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, en defensa de la autenticidad de su servicio apostólico, enumera las dificultades y las pruebas que, para mantenerse fiel a la predicación del Evangelio, ha soportado. Esa fidelidad y firmeza nace de la determinada voluntad del apóstol de atenerse a lo que está escrito sin buscar gratificaciones o reconocimientos: "para que aprendáis de nosotros aquello de 'No salirse de lo escrito' y para que nadie se ufane de seguir a uno en contra del otro". Todo cuanto recibimos como un don especial debemos reconducirlo a Dios, que actúa en cada uno para el bien de todos. Se trata, en definitiva, de que nos descentremos de nosotros mismos o de nuestro grupo y que nos centremos en Jesús. A la autocomplacencia de los corintios, Pablo le contrapone la humildad, los esfuerzos y los sufrimientos de los apóstoles. Y, con una dialéctica irónica, los acusa de estar "satisfechos", de ser "ricos" (en referencia a la riqueza de carismas y a la suficiencia que ostentan), "sabios", "fuertes" y "estimados". Los apóstoles, por el contrario, son "locos a causa de Cristo", "débiles" y "despreciados", "basura del mundo" y "desecho de todos". El apóstol estigmatiza la actitud de suficiencia de los corintios, una tentación en la que caen con frecuencia los discípulos de Jesús cuando olvidan que son siempre hijos que necesitan escuchar y obedecer la Palabra de Dios. Por desgracia muy a menudo sentimos que ya estamos completos, que ya somos ricos, que ya estamos saciados. ¡Pero cuidado! Aquel que piensa que ya no necesita la predicación del Evangelio, aquel que cree ser más sabio y más reflexivo que el apóstol, está en el camino de la ruptura de la comunión. El apóstol –en contraste con la seguridad de la que alardean los cristianos de Corinto y todos aquellos que creen hacerlo todo bien como ellos– reivindica el último lugar en el que el mundo pone al discípulo. Es el lugar de las persecuciones, de las humillaciones, pero también del esfuerzo pastoral, del trabajo sin fin por la predicación a pesar de la ingratitud humana. Él, a pesar de todo, está en el primer puesto a los ojos de Dios; es el que ocupó Jesús, que fue descartado por los hombres, pero aceptado por Dios. La "locura" del apóstol, su debilidad, sus sufrimientos deberían hacer reflexionar a los cristianos de Corinto que con su orgullo se hincharon de soberbia hasta romper la unidad de la comunidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.