ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro. Recuerdo de san Juan Pablo II. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 22 de octubre

Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro. Recuerdo de san Juan Pablo II.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 4,7-16

A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos
y dio dones a los hombres.
¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, después de haber destacado que la unidad de la Iglesia es indispensable, ahora centra su atención en creyentes concretos. Y demuestra que la unidad no significa rebajar ni uniformizar. "Cada uno", escribe Pablo, recibe un don particular para ponerlo al servicio de la comunidad. También Pedro lo recuerda en su primera Epístola cuando afirma: "Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios" (1 P 4,10). Nadie es inútil en la Iglesia y nadie puede ser un miembro pasivo. Cada uno existe para servir a los demás, según el don recibido. Cada uno, pues, tiene la responsabilidad hacia el otro y hacia toda la comunidad. Eso significa una Iglesia no "clerical" y popular: que todos tienen la responsabilidad de todo, aunque cada uno según los dones recibidos. Nadie puede eludir la responsabilidad hacia el cuerpo entero de la Iglesia. El apóstol, a partir de la frase del salmo ("repartió dones a los hombres", Sal 68), enumera algunos dones que el Señor dispensa generosamente a los creyentes: los apóstoles, que son el fundamento de la Iglesia; los profetas, los hombres del Espíritu que dan vida a la Palabra; los evangelistas, que anuncian el Evangelio; los pastores y los maestros, responsables de la comunidad y de la enseñanza. Y podríamos añadir muchos otros dones que el Señor en cada momento no deja de dar generosamente a sus hijos. El Señor concede todos estos dones "para organizar adecuadamente a los santos (la comunidad) en las funciones del ministerio. Y todo orientado a la edificación del cuerpo de Cristo". La tarea de los carismas es, pues, "perfeccionar" a los cristianos, es decir, hacerlos idóneos para la edificación del cuerpo de Cristo como "morada de Dios en el Espíritu" (2,22). Y en esta obra de servicio cada uno llega al "hombre perfecto". La perfección, por tanto, no consiste en realizarse a uno mismo, sino en alcanzar la estatura de Cristo, es decir, ser "uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28). "Para que no seamos ya niños", es decir, inmaduros y zarandeados como un barco a la deriva, o bien engañados por falsos maestros. La madurez de la fe consiste en tener "la sinceridad en el amor", es decir, en vivir el Evangelio junto a toda la comunidad de discípulos. No basta conocer, hay que amar, es decir, dar la vida por los demás. Llegamos aquí al corazón del misterio de la Iglesia y de la misma fe cristiana: "Ya podría yo tener el don de profecía –escribe Pablo a los Corintios– y conocer todos los misterios y toda la ciencia, o poseer una fe capaz de trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy" (1 Co 13,2). El amor hace que la verdad brille y que la Iglesia crezca.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.