ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 24 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 88 (89), 2-5.27.29

2 Cantaré por siempre el amor del Señor,
  anunciaré tu lealtad de edad en edad.

3 Dije: «Firme está por siempre el amor,
  en ellos cimentada tu lealtad.

4 Una alianza pacté con mi elegido,
  hice un juramento a mi siervo David:

5 He fundado tu estirpe para siempre,
  he erigido tu trono de edad en edad».

27 Él me invocará: ¡Padre mío,
  mi Dios, mi Roca salvadora!

29 Amor eterno le guardaré,
  mi alianza con él será firme.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mientras nos disponemos para acoger el misterio de la Navidad, la liturgia nos hace rezar con el salmo 88 que se abre con un canto a la lealtad y a la fidelidad de Dios: “Cantaré por siempre el amor del Señor, anunciaré tu lealtad de edad en edad. Dije: Firme está por siempre el amor, en ellos cimentada tu lealtad” (vv. 2-3). Muchas cosas pueden sucederle al hombre en su vida, pero jamás le sucederá que Dios lo abandone, como Él mismo dice en el salmo: “Una alianza pacté con mi elegido, hice un juramento a mi siervo David: He fundado tu estirpe para siempre, he erigido tu trono de edad en edad” (vv. 4-5). El fundamento de la alianza histórica con David se contempla dentro de la alianza cósmica, es decir, del señorío de Dios sobre toda la creación que el Señor custodia y gobierna. El misterio de la Navidad debe ser contemplado en este horizonte cósmico. Como el salmista, también nosotros, mirando la inmensidad del cielo y la belleza de la creación, quedamos asombrados: “¿quién como tú?” (v. 9). El Señor es incomparable (vv. 7-8), es el dueño del mundo (vv.10-12), es el vencedor (vv.13-15). Su poder se invierte por completo en amar, no en dominar; en servir, no en destruir: “Eres poderoso, tu lealtad te circunda ... Justicia y Derecho, la base de tu trono, Amor y Verdad marchan ante ti” (vv. 9.15). El poder de Dios es amor y justicia, ternura y fidelidad. Su fuerza es para salvar, no para alejar. Sin embargo, es verdad que el pueblo de Israel sigue traicionando. Y el salmista, con el lenguaje humano de sus razonamientos subraya que Dios no puede fingir que la tradición no es un mal. Y aquí llegan también sus palabras de amenaza: “Si sus hijos abandonan mi ley, si no viven según mis normas, si profanan mis preceptos y no observan mis mandatos, castigaré su rebelión con vara, sus culpas a latigazos” (vv. 31-33). Son palabras que quiere suscitar un saludable “temor”. La relación con el Señor es cosa seria, siempre. También para nosotros hoy. Pero contemplando el misterio de la Navidad comprendemos mejor las palabras que el salmista pone hacia el final del salmo: “Si sus hijos abandonan mi ley … castigaré su rebelión con vara … pero no retiraré mi amor, no fallaré en mi lealtad. Mi alianza no violaré” (vv. 31-35). La fidelidad del Señor es más fuerte que el pecado de los hijos y Su bondad mayor que su traición. Y es tan indestructible su fidelidad que funda la esperanza de los creyentes. El salmista nos recuerda hoy la fidelidad del amor de Dios. Él protege siempre a sus hijos, hasta enviar a su “mesías”, el “Ungido” (v. 52). Es el Evangelio de Navidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.