ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 15 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 104 (105), 1-7

1 Aleluya. ¡Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
  divulgad entre los pueblos sus hazañas!

2 ¡Cantadle, para él, tañed para él,
  recitad todas sus maravillas;

3 gloriaos en su santo nombre,
  se alegren los que buscan al Señor!

4 ¡Buscad al Señor y su poder,
  id tras su rostro sin tregua,

5 recordad todas sus maravillas,
  sus prodigios y los juicios de su boca!

6 Raza de Abrahán, su siervo,
  hijos de Jacob, su elegido:

7 él, el Señor, es nuestro Dios,
  sus juicios afectan a toda la tierra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Por primera vez en el salterio, con el Salmo 104 resuena el Aleluya (literalmente «Cantad a Yahvé, a El que es»). El salmista invita a los creyentes a alabar al Señor. El salmo despliega los motivos de la alabanza: la historia de liberación que Dios ha guiado liberando a Israel de la esclavitud de Egipto y haciéndolo entrar en la tierra prometida. La liturgia cristiana ha incorporado el Aleluya y lo canta sobre todo para acoger la lectura del Evangelio. Y en la noche de Pascua estalla el canto del Aleluya: la comunidad cristiana alaba a Dios porque hace resucitar a su Hijo de la muerte. El Aleluya es el grito de alegría de la Pascua cristiana. Los creyentes expresan su alegría incontenible por la victoria del amor del Señor sobre la violencia del mal y de la muerte. Podríamos decir que el canto del Aleluya incluye toda la alabanza que se nos invita a dirigir al Señor. En los primeros siete versículos del Salmo 105 el salmista exhorta al pueblo de Israel, con diez imperativos, a alabar al Señor: «dad, invocad, divulgad, cantad, tañed, recitad, gloriaos, buscad, id, recordad» (vv. 1-7). El salmista parece que quiere convocar todas las palabras útiles para alabar al Señor con motivo del amor que nos ha mostrado. A lo largo del salmo el salmista resume y canta el «credo» de Israel. Es un «credo» formado no por afirmaciones abstractas sino por acciones históricas de liberación que Dios mismo ha llevado a cabo a favor de su pueblo. Son como cinco «artículos de fe» para Israel: la alianza con los patriarcas (vv. 8-15), la historia de José, el egipcio (vv. 16-22), los prodigios divinos de las plagas (vv. 23-26), el éxodo de la esclavitud de Egipto (vv. 37-43) y, por último, la llegada a la tierra prometida (vv. 44-45). Israel debe «recordar» esta historia suya y no dejar de alabar al Señor y de seguir confiando en él. Él es el verdadero Padre de todo el pueblo creyente. Para nosotros, los cristianos, recordar las obras que Dios ha hecho por Israel significa revivirlas. La historia de salvación que Dios ha llevado a cabo para Israel se hace realidad también para nosotros. El Señor nos ha elegido también a nosotros y nos ha acompañado a lo largo de la historia, a lo largo de nuestros años y de nuestros días. La historia de salvación de Israel se produjo en vista de la historia de Jesús por nosotros. Enviando a su Hijo, el Señor lleva a cabo para nosotros lo mismo que hizo para Israel. También nosotros tenemos que darle gracias porque nos ha dado una tierra santa, que es su Iglesia, que es la comunidad; tenemos que darle gracias porque continúa alimentándonos con el pan de la Palabra y de la Eucaristía; porque nos libra de todas las plagas que azotan nuestras ciudades y no deja de darnos padres y madres que nos ayudan y hermanos y hermanas con los que podemos vivir y trabajar para transformar el mundo y convertirlo en una casa de paz. Tenemos que alabarlo porque a pesar de nuestra pequeñez él nos confía también a nosotros su sueño de liberar a todos los pueblos de la esclavitud del mal y de la muerte. También nosotros somos «raza de Abrahán» y él es «el Señor, es nuestro Dios, sus juicios afectan a toda la tierra» (v. 7).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.