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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de san Anselmo († 1109), monje benedictino y obispo de Canterbury; soportó el exilio por amor a la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de abril

Recuerdo de san Anselmo († 1109), monje benedictino y obispo de Canterbury; soportó el exilio por amor a la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,60-69

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada.
Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico que hemos escuchado concluye el gran "discurso del pan" que Jesús está haciendo en la sinagoga de Cafarnaún. Todo el texto que el evangelista relata nos dice una verdad fundamental: Jesús "es" el pan y no sólo "tiene" el pan, como la gente pensaba después de ver el milagro de la multiplicación de los panes. Esta afirmación de Jesús como "el pan de vida" la sienten como excesiva incluso los discípulos, los cuales se dicen unos a otros: "Es duro este lenguaje". Ellos, en aquellas palabras, comprenden que "comer la carne y beber la sangre de Jesús" significa, como de hecho lo es, acoger en sí mismos un amor tan grande que implique toda su vida completamente. No logran aceptar un amor tan grande y comprometedor. Prefieren estar libres de cualquier atadura. Es una tentación que en este tiempo parece afirmarse cada vez más ampliamente. Se prefiere estar solos consigo mismos. Entonces, si esta es la perspectiva que se afirma, ¿cómo es posible aceptar un vínculo como el que Jesús nos pide de formar parte de su propia carne?
Entonces es mejor abandonar a Jesús. Quizá aquellos discípulos habrían aceptado unirse a un Dios cercano, pero que no entrara profundamente en sus vidas. En otras palabras, amigos, pero de lejos; discípulos, pero hasta un cierto punto. Sin embargo, para Jesús la amistad es radical y determinante de la totalidad de la existencia. Este es el Evangelio que vino a comunicar a los hombres: la radicalidad de un amor que lleva a dar la vida por los demás, sin ponerse ningún límite, ni siquiera el de la muerte. Este tipo de amor, los autores del Nuevo Testamento lo llaman "ágape", es más fuerte incluso que la muerte. Jesús no puede renunciar a comunicar este Evangelio de amor y a los discípulos, que se escandalizaban por estas palabras, les dice que se escandalizarían más si le vieran "subir adonde estaba antes". Jesús sabe bien que solo con los ojos de la fe es posible reconocerle y acogerle y les reafirma así que, sin la humildad de dejarse ayudar, es imposible comprender su Palabra. Jesús, dolorido por el abandono de muchos discípulos, se dirige a los "Doce" y les pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?". Es uno de los momentos más dramáticos de la vida de Jesús. No podía renegar de su evangelio, incluso a costa de quedarse solo. El amor evangélico o es exclusivo, sin limitación alguna, o no lo es. Pedro, que tal vez vio los ojos de Jesús apasionados pero también inmóviles, se deja tocar el corazón y, tomando la palabra, dice a Jesús: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna". No dice "a donde" vamos a ir, sino "a quién" vamos a ir. El Señor Jesús es verdaderamente el único salvador nuestro.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.