ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 18 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 19,13-15

Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es una imagen hermosa y tierna, la de Jesús rodeado de niños. Los discípulos, que ya habían visto cómo llevaban hasta Jesús a largas colas de enfermos, no entienden lo que pasa e intentan alejarlos. Evidentemente consideran que aquella afluencia, sin duda un tanto confusa, de niños que van hacia Jesús es una molestia. Pero Jesús los detiene; es más, les reprocha que griten a los niños: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como estos es el Reino de los Cielos»; y les impone «las manos». Es como decir que les protege, al igual que protege y ayuda a todos los débiles e indefensos. Vienen a la memoria los millones de niños abandonados, que mueren de hambre, o los que mueren por la guerra, o los que son explotados y sufren por la violencia. Estos niños a menudo están solos y abandonados sin nadie que se ocupe de ellos y los proteja. Por desgracia a veces también sufren agresiones en el cuerpo y en la mente a manos de quienes deberían amarles y protegerles. Para Jesús, son niños a los que hay que amar, proteger y ayudar a crecer con gran esmero. Jesús no quiere que los discípulos echen a nadie, que sean como los hombres del mundo, fuertes con los débiles y cobardes con los poderosos. En los niños hay que ver un ejemplo a tener en cuenta con atención porque «de los que son como estos es el Reino de los Cielos». Los adultos deben aprender de los niños aquella simplicidad y obertura de alma que se necesitan para acoger el Reino de los Cielos, el mensaje evangélico. Es una invitación para que todos nosotros acojamos con disponibilidad el Evangelio y nos inclinemos con mayor generosidad sobre muchos niños, para que crezcan no en la escuela de la violencia y del amor solo por uno mismo, sino en la escuela del Evangelio del amor. El camino de los niños es el de la humildad, la simplicidad, el de dejar que te ayuden, el de depender del padre, el de confiar en la madre. Pongamos siempre primero a quien necesita protección y amor, para ser como niños.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.