ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de san Wenceslao ((929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant'Egidio asesinado en 2009 por las maras. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de septiembre

Recuerdo de san Wenceslao ((929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant'Egidio asesinado en 2009 por las maras.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Zacarías 2,5-9.14-15

Alcé los ojos y tuve una visión: Era un hombre con una cuerda de medir en la mano. Le dije: "¿A dónde vas?" Me dijo: "A medir a Jerusalén, a ver cuánta es su anchura y cuánta su longitud." En esto, salió el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel salió a su encuentro y le dijo: "Corre, habla a ese joven y dile: Como las ciudades abiertas será habitada Jerusalén, debido a la multitud de hombres y ganados que habrá dentro de ella. Y yo seré para ella - oráculo de Yahveh - muralla de fuego en torno, y dentro de ella seré gloria." Grita de gozo y regocíjate, hija de Sión,
pues he aquí que yo vengo a morar dentro de ti,
oráculo de Yahveh. Muchas naciones se unirán a Yahveh
aquel día:
serán para mí un pueblo,
y yo moraré en medio de ti.
Sabrás así que Yahveh Sebaot me ha enviado a ti.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Inmediatamente después de Ageo es enviado al pueblo de Israel un contemporáneo suyo, el profeta Zacarías, sacerdote vinculado a Ezequiel. Zacarías se compromete a ayudar con la Palabra de Dios al pueblo que había vuelto a Jerusalén desde el exilio en Babilonia. Tras haber reconstruido el templo, en medio de mil dificultades, los supervivientes no logran vencer la decepción por la falta de señales de la bendición de Dios por su esfuerzo. La página que hemos escuchado refiere la tercera visión del profeta, que nos enseña la visión de una nueva Jerusalén. El profeta ve una ciudad en la que ya no habrá murallas, no solo porque es imposible rodearla a causa de su extensión sino también porque está destinada a acoger a todo el mundo: "Jerusalén será habitada como ciudad abierta, debido a la multitud de hombres y ganados que albergará en su interior" (v. 8). Y Dios mismo será su muralla, una muralla de fuego que defenderá la ciudad: "Seré para ella muralla de fuego en torno y gloria dentro de ella" (v. 9). La característica de la Jerusalén del cielo es que se trata de una ciudad sin límites, sin murallas que dividen, justamente igual que el amor de Dios, es decir, sin límites porque nadie queda fuera de su abrazo. Dios mismo la habitará: "yo moraré en medio de ti". Y Dios es por eso su alegría, su consuelo y su defensa. La presencia de Dios, extensa y sin límites, atrae hacia ella a todos los pueblos. Es una visión de la universalidad de la promesa de Dios que será plena con la llegada del Mesías, Jesús de Nazaret. El Evangelio de Jesús es en resumen el anuncio de la salvación para todos los pueblos, para todas las naciones. Y el profeta Zacarías ya lo había preanunciado: "Aquel día se unirán al Señor numerosas naciones: serán un pueblo para mí, y yo moraré en medio de ti". Esta visión del profeta ya ha empezado y nosotros participamos de ella. Él, que nos ha hecho entrar en esta visión, continúa enviándonos hasta los extremos de la tierra para que otros continúen gozando de su amor y de su salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.