ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, se mantuvo fuerte ante la arrogancia del emperador.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, se mantuvo fuerte ante la arrogancia del emperador.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esdras 8,1.15-36

Estos son, con su genealogía, los cabezas de familia que subieron conmigo de Babilonia en el reinado del rey Artajerjes: Yo los reuní junto al río que corre hacia Ahavá. Allí acampamos tres días. Observé que había laicos y sacerdotes, pero no encontré ningún levita. Entonces llamé a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Yarib, Elnatán, Natán, Zacarías, y Mesullam, hombres discretos, y les mandé donde Iddó, jefe de la localidad de Kasifías; puse en su boca las palabras que habían de decir a Iddó y a sus hermanos, establecidos en la localidad de Kasifías, para que nos proporcionaran ministros para la Casa de nuestro Dios. Y gracias a la mano bondadosa de nuestro Dios que estaba con nosotros, nos trajeron a un hombre experto, de los hijos de Majlí, hijo de Leví, hijo de Israel: a Serebías, con sus hijos y hermanos: dieciocho hombres; además a Jasabías, y con él a su hermano Isaías, de los hijos de Merarí, y sus hijos: veinte hombres. Y de los donados que David y los jefes habían destinado al servicio de los levitas: 220 donados. Todos ellos fueron designados nominalmente. Allí, a orillas del río Ahavá, proclamé un ayuno para humillarnos delante de nuestro Dios y pedirle un viaje feliz para nosotros, nuestros hijos y nuestros bienes. Pues me daba vergüenza solicitar del rey tropa y gente de a caballo para protegernos del enemigo en el camino; por el contrario, habíamos declarado al rey: "La mano de nuestro Dios está, para bien, con todos los que le buscan; y su poder y su cólera sobre todos los que le abandonan." Ayunamos, pues, buscando a nuestro Dios por esta intención, y él nos atendió. Elegí a doce jefes de los sacerdotes, y además a Serebías y Jasabías, y con ellos a diez de sus hermanos; les pesé la plata, el oro y los utensilios, ofrendas que el rey, sus consejeros, sus jefes y todos los israelitas que se encontraban allí habían reservado para la Casa de nuestro Dios. Pesé y les entregué 650 talentos de plata, cien utensilios de plata de dos talentos, cien talentos de oro, veinte copas de oro de mil dáricos y dos objetos de hermoso bronce dorado, preciosos como el oro. Y les dije: "Vosotros estáis consagrados a Yahveh; estos utensilios son sagrados; esta plata y este oro son una ofrenda voluntaria a Yahveh, Dios de nuestros padres. Vigilad y guardadlos hasta que los peséis ante los jefes de los sacerdotes y de los levitas y los cabezas de familia de Israel, en Jerusalén, en las cámaras de la Casa de Yahveh." Los sacerdotes y levitas tomaron entonces la plata, todo lo que había sido pesado, el oro y los utensilios, para llevarlos a Jerusalén, a la Casa de nuestro Dios. El día doce del primer mes partimos del río Ahavá para ir a Jerusalén: la mano de nuestro Dios estaba con nosotros y nos salvó en el camino de la mano de enemigos y salteadores. Llegamos a Jerusalén y descansamos allí tres días. El cuarto día, la plata, el oro y los utensilios fueron pesados en la Casa de nuestro Dios y entregados al sacerdote Meremot, hijo de Urías, con quien estaba Eleazar, hijo de Pinjás; les acompañaban los levitas Yozabad, hijo de Josué, y Noadías, hijo de Binnuy. Todo se contó y se pesó, y se registró su peso total. En aquel tiempo, los deportados que volvían del cautiverio ofrecieron holocaustos al Dios de Israel: doce novillos por todo Israel, 96 carneros, 77 corderos y doce machos cabríos por el pecado: todo en holocausto a Yahveh. Y se entregaron los decretos del rey a los sátrapas del rey y a los gobernadores de Transeufratina, los cuales favorecieron al pueblo y la Casa de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Comienza el itinerario para regresar a Jerusalén y entregar la preciosa carga de utensilios para el culto en el templo del Señor. El autor pone mucho cuidado en la descripción de cuanto sucede. Ante todo se refieren las personas que acompañan a Esdras, por tanto se hacen llamar levitas para que pudieran prestar servicio en el templo. A esto le sigue la acción más importante: Esdras pregona un ayuno "para humillarnos delante de nuestro Dios y pedirle un viaje feliz". Esdras percibe la importancia de lo que está por emprender y quiere ponerlo bajo la protección de Dios. El ayuno, una práctica común de la que aparecen varias veces testimonios en la Biblia, era un acto que implicaba a toda la comunidad. A través del ayuno se manifestaba la sumisión de todo el pueblo a la voluntad del Señor invocando su ayuda. Esdras no pidió la ayuda del rey sino la de Dios: "La mano de nuestro Dios está, para bien, con todos los que lo buscan; y su poder y su cólera sobre todos los que lo abandonan". Es la invitación de los profetas que piden a Israel buscar al Señor, como escribe Isaías: "Buscad a Yahvé mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano" (Is 55, 6). Buscar al Señor es desviar los ojos de uno mismo, es mirarle a Él y escuchar su palabra, fuente de sabiduría y de bien. La protección de Dios se hace sentir durante el camino que Esdras realiza, y el texto lo indica repitiendo "La mano de nuestro Dios estaba con nosotros" (v. 31). En los momentos de incertidumbre y de peligro también nosotros recurrimos al Señor, para aprender a buscarle cada día de nuestra vida. En efecto, el Señor es siempre protección y salvación para quienes se confían a Él. No fue fácil aquel camino de Babilonia a Jerusalén. Sin embargo, estuvo marcado por la presencia benévola de Dios que seguía conduciendo al pueblo de Israel al lugar de su presencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.