ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 5,1-19

Un gran clamor se suscitó entre la gente del pueblo y sus mujeres contra sus hermanos judíos. Había quienes decían: "Nosotros tenemos que dar en prenda nuestros hijos y nuestras hijas para obtener grano con que comer y vivir." Había otros que decían: "Nosotros tenemos que empeñar nuestros campos, nuestras viñas y nuestras casas para conseguir grano en esta penuria." Y otros decían: "Tenemos que pedir prestado dinero a cuenta de nuestros campos y de nuestras viñas para el impuesto del rey; y siendo así que tenemos la misma carne que nuestros hermanos, y que nuestros hijos son como sus hijos, sin embargo tenemos que entregar como esclavos a nuestros hijos y a nuestras hijas; ¡hay incluso entre nuestras hijas quienes son deshonradas! Y no podemos hacer nada, ya que nuestros campos y nuestras viñas pertenecen a otros." Yo me indigné mucho al oír su queja y estas palabras. Tomé decisión en mi corazón de reprender a los notables y a los consejeros, y les dije: "¡Qué carga impone cada uno de vosotros a su hermano!" Congregué contra ellos una gran asamblea, y les dije: "Nosotros hemos rescatado, en la medida de nuestras posibilidades, a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones. ¡Y ahora sois vosotros los que vendéis a vuestros hermanos para que nosotros los rescatemos!" Ellos callaron sin saber qué responder. Y yo continué: "No está bien lo que estáis haciendo. ¿No queréis caminar en el temor de nuestro Dios, para evitar los insultos de las naciones enemigas? También yo, mis hermanos y mi gente, les hemos prestado dinero y trigo. Pues bien, condonemos estas deudas. Restituidles inmediatamente sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas, y perdonadles la deuda del dinero, del trigo, del vino y del aceite que les habéis prestado." Respondieron ellos: "Restituiremos y no les reclamaremos ya nada; haremos como tú has dicho." Entonces llamé a los sacerdotes y les hice jurar que harían seguir esta promesa. Luego sacudí los pliegues de mi manto diciendo: "¡Así sacuda Dios, fuera de su casa y de su hacienda, a todo aquel que no mantenga esta palabra: así sea sacudido y despojado!" Toda la asamblea respondió: "¡Amén!", y alabó a Yahveh. Y el pueblo cumplió esta palabra. Además, desde el día en que el rey me mandó ser gobernador del país de Judá, desde el año veinte hasta el 32 del rey Artajerjes, durante doce años, ni yo ni mis hermanos comimos jamás del pan del gobernador. En cambio los gobernadores anteriores que me precedieron gravaban al pueblo: cada día percibían de él, como contribución por el pan, cuarenta siclos de plata; también sus servidores oprimían al pueblo. Pero yo, por temor de Dios, no hice nunca esto. Además he ayudado a la obra de la reparación de esta muralla, y, aunque no he adquirido campos, toda mi gente estaba también allí colaborando en la tarea. A mi mesa se sentaban los jefes y los consejeros en número de 150 sin contar los que venían a nosotros de las naciones vecinas. Diariamente se aderezaban a expensas mías un toro, seis carneros escogidos y aves; y cada diez días se traía cantidad de odres de vino. Y a pesar de todo, jamás reclamé el pan del gobernador, porque un duro trabajo gravaba ya al pueblo. ¡Acuérdate, Dios mío, para mi bien, de todo lo que he hecho por este pueblo!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo quinto describe la difícil situación de los habitantes de Jerusalén y de Judea. Es un momento de escasez, de extrema miseria, que obliga a no pocos al endeudamiento y a la esclavitud. La agricultura del territorio de Palestina dependía en gran medida de las lluvias. Bastaba un periodo de sequía para provocar grandes dificultades económicas, sobre todo para aquellas familias cuya subsistencia dependía de la posesión de una pequeña propiedad a través de la cual se podía garantizar la manutención del núcleo familiar. Cuando faltaban los productos de la tierra, muchos se veían obligados a hipotecar su terreno o incluso a vender en esclavitud a la hija o al hijo para poder sobrevivir. Por esto la ley del año sabático prevé la liberación de los esclavos: "Si compras un esclavo hebreo, servirá seis años, y el séptimo saldrá libre, sin pagar nada" (Ex 21, 2). La misma disposición está prevista en el Levítico para el año del jubileo: "Si un hermano tuyo se empobrece en sus asuntos contigo y tú lo compras, no le impondrás trabajos de esclavo; estará contigo como jornalero o como huésped, y trabajará junto a ti hasta el año del jubileo. Entonces saldrá libre de tu casa, él y sus hijos" (Lv 25, 39-41). Nehemías muestra la misma sensibilidad indicada por la ley divina que invita a tener en cuenta las situaciones de pobreza sin abusar de la propia riqueza. Él escucha el lamento de su pueblo e interviene invitando a los notables y a los magistrados a actuar según la amplitud de la misericordia divina y de una justicia que tiene en cuenta la necesidad de los demás: "Pues bien, condonemos estas deudas. Restituidles inmediatamente sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas, y perdonadles la deuda del dinero". La Biblia enseña una justicia no sólo retributiva sino amplia, que sepa tener en cuenta la necesidad del prójimo y actuar en consecuencia con magnanimidad. Es la invitación dirigida a quien ha recibido más de la vida, para que haga de la riqueza un motivo de generosidad y de solidaridad. Es lo que el mismo Nehemías cumple renunciando a la provisión asignada por el gobernador.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.