ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias

Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos nutren la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket, defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos nutren la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket, defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 2,22-35

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio nos presenta la espléndida escena del encuentro entre el anciano Simeón y el recién nacido Jesús. El evangelista advierte que María y José subieron a Jerusalén para ir al templo donde, según la Ley de Moisés, ofrecían al Señor el primogénito que les había nacido. Pero aquella mañana subió también al templo el anciano Simeón. Hay como una doble peregrinación hacia el templo, la de la pequeña familia de Nazaret y la del anciano Simeón. Podríamos decir que ambas son impulsadas desde lo alto. María y José por la Ley, y Simeón por el Espíritu. Apunta el evangelista que "movido por el Espíritu" Simeón fue al templo. Al subrayar que Simeón "era un hombre justo y piadoso", el evangelista nos da a entender que habitualmente se dejaba guiar por el "Espíritu". No era un hombre que seguía su instinto, sus costumbres, sus intuiciones naturales. Ni tampoco se fiaba simplemente del cumplimiento exterior de los ritos religiosos. Le "movía" el Espíritu, escribe Lucas. Es un hombre espiritual, un creyente que se deja guiar por Dios y Su voluntad, que escruta con los ojos del corazón los "signos" de Dios en sus días. Simeón no vivía saciado de sí mismo. Esperaba cada día al Señor y escrutaba cuanto le sucedía. En esta búsqueda suya de Dios "había sentido"que no moriría sin haber visto antes al Mesías. Y aquel día, al ver a aquella pequeña familia de Nazaret que le presentaba un niño, los ojos del corazón se iluminaron. Sí, cuando se está entrenado para buscar a Dios llega también el momento de la visión. Simeón tomó entre los brazos a aquel pequeño y cantó una de las oraciones más bellas que la Escritura nos ha dejado: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación". Podemos imaginar los ojos de este anciano que se concentran en este niño y su corazón que se llena de una alegría y de una conmoción tan profundas que asombran tanto a María como a José. Es uno de los primeros en encontrar a aquel niño y uno de los primeros en comprender su extraordinaria misión: es luz para las gentes. Acostumbrado a la mirada de la fe, Simeón ve en profundidad y, dirigiéndose a María, le anuncia esa "espada" que le atravesará el alma. Quizá María recordará estas palabras cuando la lanza del soldado atravesó no sólo el corazón del hijo sino también el suyo. Es una página evangélica que debemos conservar y meditar en el corazón para que también nosotros tengamos los sentimientos del anciano Simeón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.