ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 7,1-7.61-72

Reconstruida la muralla, y una vez que hube fijado las hojas de las puertas, se colocaron guardias en las puertas (cantores y levitas). Puse al frente de Jerusalén a mi hermano Jananí y a Jananías, jefe de la ciudadela, porque era un hombre fiel y temeroso de Dios como pocos; y les dije: "No se abrirán las puertas de Jerusalén hasta que el sol comience a calentar; y cuando todavía esté alto, se cerrarán y se echarán las barras a las puertas; y se establecerán puestos de guardia de entre los habitantes de Jerusalén, unos en su puesto y otros delante de su casa." La ciudad era espaciosa y grande, pero tenía muy poca población y no se fundaban nuevas familias. Me puso Dios en el corazón reunir a los notables, a los consejeros y al pueblo, para hacer el registro genealógico. Hallé el registro genealógico de los que habían venido al principio, y encontré escrito en él: Estas son las personas de la provincia que regresaron del cautiverio, aquellos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había deportado y que volvieron a Jerusalén y Judea, cada uno a su ciudad. Vinieron con Zorobabel, Josué, Nehemías, Azarías, Raamías, Najamaní, Mardoqueo, Bilsán, Mispéret, Bigvay, Nejum y Baaná. Lista de los hombres del pueblo de Israel: Y estos eran los que venían de Tel Mélaj, Tel Jarsá, Kerub, Addón e Immer, y que no pudieron probar si su familia y su estirpe eran de origen israelita: los hijos de Belaías, los hijos de Tobías, los hijos de Necodá: 642. Y entre los sacerdotes, los hijos de Jobayías, los hijos Haqcós, los hijos de Barzillay - el cual se había casado con una de las hijas de Barzillay el galaadita, cuyo nombre adoptó -. Estos investigaron en su registro genealógico, pero no figuraban; por lo cual se les excluyó del sacerdocio como ilegítimos, y el Gobernador les prohibió comer de las cosas sacratísimas hasta que no se presentara un sacerdote para el Urim y el Tummim. La asamblea ascendía a 42.360 personas, sin contar sus siervos y siervas en número de 7.337; tenían también 245 cantores y cantoras. Tenían (736 caballos, 245 mulos) 435 camellos y 6.720 asnos. Algunos de los cabezas de familia hicieron ofrendas para la obra. El Gobernador entregó al tesoro mil dracmas de oro, 50 copas y 30 túnicas sacerdotales. Entre los cabezas de familia entregaron al tesoro de la obra 20.000 dracmas de oro y 2.200 minas de plata. Lo que entregó el resto del pueblo ascendía a 20.000 dracmas de oro, 2.000 minas de plata y 67 túnicas sacerdotales. Los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, los donados y todos los demás israelitas se establecieron en sus ciudades. Llegado el mes séptimo,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sólo al comienzo de este capítulo llega a su conclusión la construcción de la muralla de la ciudad con la fijación de las puertas y la atribución de los diferentes oficios de gobierno dentro de la ciudad y del templo. A continuación sigue una lista detallada, con nombres y números, de los habitantes de Jerusalén, que refleja con alguna diferencia la que encontramos en el capítulo segundo de Esdras. Podríamos preguntarnos instintivamente qué valor e importancia atribuir a una lista de nombres que sobre todo repite una lista ya conocida en línea de máxima. Hay que considerar la importancia que el "nombre" tiene en la Biblia para las genealogías, o mejor dicho, para la historia del pueblo de Israel. En efecto, los nombres y las genealogías no constituyen una simple lista, más bien indican una continuidad en la historia y también el sentido que ésta asume cuando permanece en el cauce de la bendición con la que Dios creó al ser humano. Nehemías quiere poner en evidencia todo el pueblo, la unidad de una comunidad compuesta de gente diferente que parece incluso tener derechos diferentes a causa de problemas de registro (registros extraviados: versículos 61-64). Además, la repetición de los nombres ya citados en el libro de Esdras (cap 2) quiere hacer partícipes a todos los que han vuelto del exilio de la fiesta que sanciona la recuperada unidad del pueblo alrededor de la única autoridad de la Palabra de Dios, que se celebrará en el capítulo siguiente. La reconstrucción de la muralla de la ciudad adquiere de esta forma su significado para todo Israel. En ella se expresa el valor de una comunidad que vive el gozo de la comunión y la alegría de haber recuperado su identidad de pueblo liberado por el Señor y reconducido a su origen. No podemos más que reconocer aquí las raíces y el sentido de toda comunidad que, aún en la diversidad de sus miembros, participa de la única fuente que la mantiene viva y que le permite gustar la alegría de la vida fraterna: la presencia de Dios que une y de su Palabra que enseña a vivir.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.