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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 24,44-49

Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. «Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las palabras escuchadas forman parte del capítulo 24 del Evangelio de Lucas, escogido como tema de la oración por la unidad de los cristianos que ayer empezó. Este año se quiere recordar el centenario de la Conferencia misionera internacional de Edimburgo, considerada el inicio oficial del movimiento ecuménico moderno. El escándalo que la división entre los cristianos provocaba en los territorios de misión empujó a algunos misioneros del mundo protestante a encontrarse, para volver a entender el mandamiento de Jesús de la unidad entre todos los discípulos. El testimonio del Evangelio, en efecto, pide cada vez más la superación del escándalo de la división. "Ser testigos del Evangelio" es el tema escogido para la oración, y es el corazón de la misión que Jesús resucitado confía a su Iglesia, tal y como aparece en todo el capítulo 24 del Evangelio de Lucas. "Vosotros sois testigos de estas cosas", dijo Jesús a los discípulos antes de subir al cielo. Se lo dijo la mañana de Pascua a las mujeres que llegaron al sepulcro, lo repitió a los dos de Emaús, y, al final de la jornada, se lo confió a los Once reunidos en el cenáculo como tarea primaria de su misión. El testimonio de la Pascua es, efectivamente, el corazón de la misión cristiana. En el misterio de la Pascua, la herida de las divisiones quema todavía con más amargura. No hay duda de que el crecimiento de la pasión por el testimonio del Evangelio del amor hasta los extremos confines de la tierra ayudará a los cristianos a recuperar aquella fraternidad que nace precisamente el misterio de la muerte y resurrección del Señor. La oración que en estos días ve a los cristianos reunidos como en una única catedral espiritual contiene ya en cierto modo la superación de las distancias que los separan. Sí, estamos a la espera del Espíritu que reúna lo que hemos separado. El Espíritu Santo, que el Señor ha prometido a los discípulos, nos "revestirá" también a nosotros con ese amor que nos hace crecer en la unidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.