ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 1,10-22

Cuando la deportación de Asiria, yo también fui deportado y me trasladé a Nínive. Todos mis hermanos y los de mi linaje comían los manjares de los gentiles, más yo me guardé bien de comerlos. Como yo me acordaba de Dios con toda mi alma, me concedió el Altísimo gracia y favor ante Salmanasar, y llegué a ser procurador suyo. Me trasladé a Media y administré allí sus negocios hasta su muerte; y desposité en Ragués de Media, en casa de Gabael, hermano de Gabrí, unos sacos de plata por valor de diez talentos. Muerto Salmanasar, le sucedió en el trono su hijo Senaquerib; en su reinado, los caminos de Media se hicieron inseguros y no pude volver allí. En los días de Salmanasar hice yo muchas limosmas a mis hermanos de raza; di mi pan a los hambrientos y vestido a los desnudos; y si veía el cadaver de alguno de los de mi raza arrojado extramuros de Nínive, le daba sepultura. Enterré igualmente a los que mató Senaquerib (cuando vino huyendo de Judea después del escarmiento que hizo contra él el Rey del Cielo, a causa de sus blasfemias. Senaquerib, en su cólera, mandó matar a muchos israelitas); y yo sustraje sus cuerpos y los enterré. Senaquerib los buscó sin encontrarlos. Un ninivita fue a denunciarme al rey de que yo los había enterrado en secreto. Cuando supe que el rey tenía informes acerca de mí, y que me buscaba para matarme, tuve miedo y escapé. Me fueron arrebatados todos mis bienes; nada quedó sin confiscar para el tesoro real, salvo mi mujer Ana y mi hijo Tobías. Aún no habían transcurrido cuarenta días, cuando Senaquerib fue asesinado por sus dos hijos, que huyeron luego hacia los montes Ararat. Le sucedió su hijo Asarjaddón. Asarjaddón puso a Ajikar, hijo de mi hermano Anael, al frente de las finanzas de su reino, de modo que dirigía toda la administración. Ajikar intercedió por mí y pude regresar a Nínive. Ajikar, de hecho, había sido copero mayor, custodio del sello, administrador y encargado de las finanzas bajo Senaquerib, rey de Asiria; y Asarjaddón le confirmó en los cargos. Era sobrino mío y de mi propia parentela.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobit sigue hablando de sí mismo y, después de haber recordado su pasado de creyente en Jerusalén, describe ahora su situación como exiliado. En el exilio no ha dejado de ser fiel a la Ley del Señor. Es más, con algo de orgullo subraya, por ejemplo, que no ha querido comer el alimento de los paganos y, sobre todo, que sigue con la práctica de la limosna recomendada vivamente por las Escrituras. No obstante, su fidelidad a la Ley no le impide hacer carrera como procurador del rey Salmanasar (vv. 11-12). Se evoca así la historia ya vivida por José, Daniel y Mardoqueo. La fe no impide la convivencia entre los creyentes de credos distintos, obviamente sin que sean obligados a reprimir sus respectivas convicciones religiosas. Es más, el texto parece sugerir lo opuesto cuando hace decir a Tobit: "Como me acordaba de Dios con toda mi alma, me concedió el Altísimo gracia y favor ante Salmanasar". Desgraciadamente, Tobit cae en desgracia con el nuevo rey, pero obviamente siguió, como siempre, viviendo con fidelidad su fe. Mientras seguía practicando la limosna, Tobit quiso ir al encuentro de una "nueva pobreza", es decir, el abandono de muchos muertos de los que nadie se hacía cargo. Pues bien, Tobit sintió la urgencia de realizar esta nueva obra de misericordia, es decir, enterrar aquellos muertos por los que nadie se interesaba. El verbo "enterrar", que se repetirá hasta 17 veces en el libro, constituye uno de los temas importantes del mismo. El testimonio de Tobit tendrá un notable peso en la tradición cristiana, sobre todo medieval. Pero precisamente esta misericordia hacia los muertos provoca la ruina de Tobit. En efecto, es denunciado al rey Senaquerib por esta obra suya de caridad (vv. 19-20). Obligado a huir, sólo le queda una riqueza, la familia. A pesar de su fidelidad a Dios y de su justicia, Tobit conoce por segunda vez el exilio. El cambio de la situación en la familia real (el ascenso de Ajicar, un funcionario de Senaquerib considerado pariente de Tobit), le permiten el regreso a Nínive.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.