ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Jornada Europea de recuerdo del Holocausto.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Jornada Europea de recuerdo del Holocausto.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 3,16-17

Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos: a Tobit, para que se le quitaran las manchas blancas de los ojos y pudiera con sus mismos ojos ver la luz de Dios; y a Sarra la de Ragüel, para entregarla por mujer a Tobías, hijo de Tobit, y librarla de Asmodeo, el demonio malvado; porque Tobías tenía más derechos sobre ella que todos cuantos la pretendían. En aquel mismo momento se volvía Tobit del patio a la casa, y Sarra, la de Ragüel, descendía del aposento.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor muestra a partir de ahora la eficacia de la oración tanto de Tobit como de Sarra: el primero se curará de su ceguera y Sarra encontrará a Tobías como esposo que le dará un hijo. Y todo esto se produce a través de la intervención del ángel Rafael. El autor no sólo subraya la eficacia de la oración, sino también la forma con la que el Señor interviene en el mundo: enviando desde el cielo al ángel Rafael. Entre los ángeles sobresalen siete, considerados especialmente cercanos a Dios (los "arcángeles"); la Escritura sólo recuerda el nombre de tres de ellos: Gabriel, Rafael y Miguel (los demás reciben nombres diferentes). El libro de Tobías es el primer texto bíblico en recordar a Rafael, que la Escritura presenta como el ángel mediador entre Dios y los hombres, una ayuda personal para los justos en dificultad y portavoz de Dios. No es un tema fácil el de los ángeles, como tampoco el de los demonios. Las páginas de la Escritura presentan a los ángeles como la mano de Dios que entra en la historia para acompañar a los hombres indicándoles el camino a seguir para evitar que caigan en los lazos del diablo. Es una invitación a considerar la concreción de la presencia divina (en este caso representada por el ángel Rafael), que acompaña a los hombres haciéndose uno de nosotros. Se trata de una presencia delicada y discreta, que nunca fuerza la libertad de los protagonistas humanos, pero que no por eso es menos eficaz. Estamos bien lejos de una abstracción mágica. El Señor interviene en la historia humana de forma concreta y tangible aunque misteriosa a nuestros ojos. Es una cuestión de fe, no de esoterismo. El pasaje concluye como comenzaba el texto relativo a Sarra (cf. 3,7): la oración de Sarra y la de Tobit se producen contemporáneamente y, precisamente en aquel momento, el Señor escucha la oración de ambos. Podríamos decir que la "concordia" en la oración (también en el tiempo) -como Jesús mismo exhortará a hacer- mueve a Dios a intervenir. Y, aún más, le mueve la invocación de los pobres, de los débiles y de los sufrientes para salvarles de su situación de tristeza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.