ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 9,1-6

Entonces Tobías llamó a Rafael y le dijo: «Hermano Azarías, toma contigo cuatro criados y dos camellos y vete a Ragués. Dirígete a Gabael, dale el recibo y hazte cargo del dinero; invítale también a que se venga contigo a la boda. Tú sabes que mi padre lleva cuenta de los días, y uno solo que demore, le doy un gran disgusto; ya ves que Ragüel me ha conjurado, y que no puedo desatender su deseo.» Rafael se puso en camino para Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos y fueron a pernoctar en casa de Gabael. Le presentó el recibo y le dio la noticia de que Tobías, hijo de Tobit, se había casado y le invitaba a la boda. Gabael se levantó, le entregó todos los sacos de dinero, con los sellos intactos, y los cargaron sobre los camellos. Levantándose de madrugada, partieron juntos para la boda y llegados a casa de Ragüel encontraron a Tobías puesto a la mesa. Y como se levantara a toda prisa para saludarle, Gabael rompió a llorar y le bendijo diciendo: «¡Hombre bueno y honrado, hijo de un hombre honrado y bueno, justo y limosnero! Que el Señor te conceda las bendiciones del cielo a ti, a tu mujer, al padre y a la madre de tu mujer. ¡Bendito sea Dios, que me ha permitido ver un vivo retrato de mi primo Tobit!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La escena describe la recuperación del dinero que Tobit había depositado a Gabael, en la ciudad de Ragués. Esta recuperación, que era el verdadero motivo del viaje de Tobías y que presentaba no pocas dificultades, se produce de forma lineal y llena de emociones. Divo Barsotti, un monje italiano recientemente desaparecido, lo comenta así: "Ya la brevedad del capítulo dice cómo una vez alcanzada la meta del viaje todo se desarrolla ahora con rapidez, todo precipita hacia el final. Largo y difícil es alcanzar la meta, pero, una vez alcanzada, todo se vuelve fácil y llano. Ahora, todo parece cumplirse con una facilidad sorprendente… Es difícil el inicio; fatigosos los primeros pasos en el camino por el que el Señor nos introduce, pero después, cuando nos hemos comprometido realmente en la obediencia, parece que Dios lo hiciera todo él mismo". Ciertamente hay que notar la contínua presencia del ángel con el que Tobías no deja de hablar. Es el sentido de la continuidad de la compañía de Dios en nuestra vida. Es el Señor quien le ayuda a encontrar a Gabael. Éste conserva todavía la suma que le entregó Tobit (v. 5), manifestando así no sólo una rara honestidad sino también una extraordinaria libertad de la esclavitud del dinero. Y al ver a Tobías, empujado por ese instinto espiritual que une a los hombres de Dios, Gabael se conmueve y lo abraza llorando. De sus labios brota la oración de bendición para Tobías: "¡Hombre bueno y honrado, hijo de un hombre honrado y bueno, justo y limosnero! Que el Señor te conceda las bendiciones del cielo a ti, a tu mujer, al padre y a la madre de tu mujer. ¡Bendito sea Dios, que me ha permitido ver un vivo retrato de mi primo Tobit!". Gabael pone al joven Tobías y a su familia bajo la mirada y la protección de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.