ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 4,7-12

Volví de nuevo a considerar otra vanidad bajo el sol: a saber, un hombre solo, sin sucesor, sin hijos ni hermano; sin límite a su fatiga, sin que sus ojos se harten de riqueza. "Mas ¿para quién me fatigo y privo a mi vida de felicidad?" También esto es vanidad y mal negocio. Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo que cae!, que no tiene quien lo levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero el solo ¿cómo se calentará? Si atacan a uno, los dos harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet amplía la reflexión precedente sobre el trabajo proyectándola hacia el futuro, y pone un ejemplo concreto: un hombre solo, sin herederos, sin nadie, que no deja de afanarse, y sin embargo sus ojos no se hartan de riquezas. Se presenta entonces una pregunta inquietante: "¿Para quién me fatigo entonces y me privo de felicidad?". En efecto, su agitación y su fatiga es "hebel", es trabajar al viento. El deseo de tener para uno mismo, de acumular para sí, es un "mal negocio", un "malvado afán". No existe soledad más radical que la que lleva a fatigarse sólo por uno mismo. La avaricia conduce inexorablemente a la soledad y a la aridez del corazón. Dirá Ben Sira: "El avaro nunca está satisfecho con su suerte, pues la avaricia seca el alma" (Si 14, 9). La codicia vacía el alma y la vida; es un imperdonable error tratar de poseer sólo para uno mismo, no es posible ser felices solos. Por ello Cohélet escribe: "Más valen dos que uno solo", y ensalza las ventajas, la "ganancia" que se obtiene (v. 9), de la solidaridad, así como su superioridad respecto a la soledad. Pone tres ejemplos para ilustrar la fuerza y la belleza de la solidaridad: si uno cae tiene quien lo ayude a levantarse; si duermen uno junto al otro (no debe entenderse aquí que se hable de la pareja de esposos) se dan calor mutuamente; dos se defienden y ponen en fuga más fácilmente al eventual ladrón. Un proverbio concluye el pasaje: "La cuerda de tres hilos no es fácil de romper" (v.12). Este antiquísimo proverbio, que se encuentra también en la epopeya de Gilgamesh, explica el significado simbólico del número dos, que no debe tomarse al pie de la letra pues de hecho afirma que es mejor ser tres. Es mucho mejor si los amigos son muchos; la solidaridad es tanto más fuerte y sólida cuanto mayor y más amplia, como una soga de tres cuerdas. La conclusión es que el "bien" del hombre no está en la soledad sino en la solidaridad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.