ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 8,1-9

¿Quién como el sabio?
¿Quién otro sabe explicar una cosa?
La sabiduría del hombre hace brillar su rostro,
y sus facciones severas transfigura. Aténte al dictado del rey,
y por causa del juramento divino no te apresures a irte de su presencia;
no te mezcles en conspiración,
pues todo cuanto le plazca puede hacerlo, ya que la palabra regia es soberana,
y ¿quién va a decirle: Qué haces? Quien se atiene al mandamiento, no sabe de conspiraciones.
Y el corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo.
Pues es grande el peligro que acecha al hombre, ya que éste ignora lo que está por venir,
pues lo que está por venir, ¿quién va a anunciárselo?
No es el hombre señor del viento para domeñar al viento.
Tampoco hay señorío sobre el día de la muerte,
ni hay evasión en la agonía,
ni libra la maldad a sus autores. Todo esto tengo visto al aplicar mi corazón a cuanto pasa bajo el sol, cuando el hombre domina en el hombre para causarle el mal.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet ha advertido ya (cfr. 3, 1-9) que hay un "tiempo" para cada cosa, y es sabio el que conoce "la explicación de las cosas" (v. 1), es decir, que sabe interpretar correctamente la realidad. El ideal de la sabiduría no es por tanto el saber abstracto, sino la capacidad de un juicio histórico del propio tiempo. Pero ¿quién posee esta sabiduría? Cohélet, que no es nunca categórico, responde que "nadie lo sabe", dejando por tanto alguna posibilidad. Pero quien sea capaz de tal sabiduría tendrá un aspecto luminoso: su rostro habrá perdido la dureza y la severidad superficiales, adquiriendo una perspectiva tolerante y benévola hacia la realidad. En definitiva, la sabiduría conlleva una elegancia espiritual y la ausencia de dureza. Cohélet escoge como ejemplo el comportamiento ante el rey. Ya que el rey tiene el poder de "hacer cuanto le place" (v. 3b) es prudente "no tener prisa en evitar su presencia" (v. 3), es decir, no serle desleal. Es necesario ponderar bien cuándo serle fiel y cuándo desobedecer sus órdenes. No todas las situaciones son iguales, y la sabiduría hace una valoración sobre los tiempos oportunos. Esta actitud hacia las órdenes del rey se debe observar también en relación con el "mal". Sobre la vida humana se cierne siempre el mal, y es un peso difícil de quitarse de encima. Es necesario discernir con sabiduría las maneras de evitar ser aplastados por él. La ignorancia del futuro (v. 7), o mejor "la ignorancia de las consecuencias futuras" de la propia conducta, no permite al hombre elegir fácilmente el modo y el tiempo para evitar el mal. Es necesario estar muy vigilantes. Cohélet advierte: "No es el hombre señor del viento, capaz de dominarlo; ni es dueño del día de la muerte, ni puede escapar a la guerra; ni la maldad libra a sus autores" (v. 8). La existencia humana es comparable a una guerra de la que nadie se puede librar: estamos siempre en situación de lucha, y no podemos permitirnos hacer el mal pensando que repercutirá sólo en los demás. Ninguno puede escapar a la batalla de la vida, e incluso la sabiduría tiene sus límites infranqueables. Cohélet no aconseja abandonar la búsqueda de la sabiduría ni se resigna a un escepticismo nihilista, pero es consciente de los límites que la realidad de la existencia impone a cada hombre. Yendo más allá de las palabras de Cohélet, aunque siempre en la estela de la fe, una vez más el creyente encuentra su refugio y su defensa sólo en el Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.