ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 9,1-10

Pues bien, a todo eso he aplicado mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios. Y ni de amor ni de odio saben los hombres nada:
todo les resulta absurdo.
Como el que haya un destino común para todos,
para el justo y para el malvado,
el puro y el manchado,
el que hace sacrificios y el que no los hace,
así el bueno como el pecador,
el que jura como el que se recata de jurar. Eso es lo peor de todo cuanto pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos, y así el corazón de los humanos está lleno de maldad y hay locura en sus corazones mientras viven, y su final ¡con los muertos! Pues mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo seguro,
pues vale más perro vivo que león muerto. Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se perdió su memoria. Tanto su amor, como su odio, como sus celos, ha tiempo que pereció, y no tomarán parte nunca jamás en todo lo que pasa bajo el sol. Anda, come con alegría tu pan
y bebe de buen grado tu vino,
que Dios está ya contento con tus obras. En toda sazón sean tus ropas blancas
y no falte ungüento sobre tu cabeza. Vive la vida con la mujer que amas,
todo el espacio de tu vana existencia que se te ha
dado bajo el sol,
ya que tal es tu parte en la vida
y en las fatigas con que te afanas bajo el sol. Cualquier cosa que esté a tu alcance el hacerla,
hazla según tus fuerzas,
porque no existirá obra ni razones ni ciencia ni
sabiduría
en el seol a donde te encaminas.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet sabe que "los justos y los sabios, así como sus obras, están en manos de Dios" (v. 1). Igualmente escribirá el libro de la Sabiduría: "La vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará". Pero Cohélet afirma que el hombre no conoce nada de cuanto se refiere a su futuro, no sabe siquiera con certeza si lo que hace es sólo amor u odio, y sobre todo no sabe si la respuesta de Dios será de amor o de odio. Todo está como envuelto en niebla. Sólo sabe una cosa: que todos mueren, justos e malvados, buenos y pecadores, puros y manchados. La muerte iguala a todos e concierne a todos (vv. 2-3). Ante la muerte cualquier hombre experimenta la fragilidad y debilidad de la propia vida. ¿Qué se puede hacer? A pesar de todo -escribe el autor- la vida es preferible a la muerte: "Vale más perro vivo que león muerto" (v. 4). Mientras se vive existe alguna posibilidad de alegría (vv. 7-9), pero una vez muertos desaparece toda posibilidad de cambiar la propia suerte y se apaga toda esperanza. Además de la esperanza, los vivos poseen el saber, o al menos el conocimiento de que morirán (v. 5), pero a los muertos no se les concede nada, ni ciencia, ni sabiduría, ni actividad, ni razonamiento inductivo ni esperanza (v. 10). Los muertos no saben nada ni reciben ninguna recompensa porque al final nadie les recuerda. Y dejar un buen nombre no es un gran consuelo (cf. 7, 1). Con la muerte se acaba todo, ya sea que uno haya amado, odiado o haya vivido lleno de celos (v. 6). La perspectiva de la muerte y la ignorancia sobre el más allá, sin embargo, no debe privar al hombre de la voluntad de vivir y de disfrutar de la vida. Es más, en nombre de Adán, expulsado del jardín del Edén, invita a todos a no faltar al banquete de la vida: "Anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino". "Tus obras" (v. 7), es decir todo lo que hagas para procurarte alegría y felicidad, son agradables a Dios, que quiere nuestra alegría. La vida es un don que Dios concede, e invita a disfrutar de ella junto a la mujer que se ama. Las ropas blancas y el perfume son signos de la fiesta de alegría que el hombre debe celebrar (v. 8). Sin embargo Cohélet sabe que la vida es fugaz (v. 9), y no le faltan penas ni sufrimientos. Por ello no se abandona a un optimismo fácil, e invita a hacer fructificar toda ocasión y todos los dones recibidos. La experiencia demuestra que no siempre es quien tiene el mérito el que recibe la recompensa: no son siempre los más ligeros los que ganan la carrera, ni los más esforzados los que vencen en la pelea, ni los sabios los que viven mejor, ni los discretos los que se enriquecen, ni los doctos los que obtienen reconocimiento. Todos estamos como a merced del tiempo y el azar, pues a todos "llega algún mal momento". El hombre no conoce ni siquiera "su hora", es decir, el tiempo adecuado, ni el "tiempo desfavorable". No le queda otra cosa que acoger las alegrías que la vida le ofrece y ver en ellas un don de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.