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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

Recuerdo de los Apóstoles Felipe y Santiago.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos

Recuerdo de los Apóstoles Felipe y Santiago.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 12,20-28

Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió: «Ha llegado la hora
de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo:
si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo;
pero si muere,
da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde;
y el que odia su vida en este mundo,
la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga,
y donde yo esté, allí estará también mi servidor.
Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada.
Y ¿que voy a decir?
¡Padre, líbrame de esta hora!
Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre.» Vino entonces una voz del cielo:
«Le he glorificado y de nuevo le glorificaré.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La memoria de los dos Apóstoles se celebra el mismo día desde que en el siglo VI se les dedicara en Roma la Basílica de los Santos Apóstoles, lugar donde se conservan sus reliquias. Felipe es uno de los primeros que llamó Jesús; y Santiago es uno de los testigos privilegiados de la misión del profeta de Nazaret. Ambos, con su testimonio, han acercado al Señor a muchos que buscaban la salvación. El Evangelio cuenta que algunos griegos se acercaron a Felipe y le pidieron: "Señor, queremos ver a Jesús". Es una súplica que manifiesta la necesidad de la ayuda de un hermano o de una hermana a quien dirigirse para poder encontrar a Jesús. Es una constante en la historia de los cristianos. Todavía hoy el que quiere ver a Jesús debe dirigirse a sus discípulos, por lo que podemos decir que el destino del Evangelio, en cierto modo, depende de los discípulos, como también de cada uno de nosotros. Es decir, si somos capaces de acoger las peticiones de amor que nos llegan, ya sea de manera explícita -como sucedió en este caso-, o también de manera implícita pero no menos apremiante. Jesús nos sugiere cómo responder. A la petición de Felipe, Jesús responde: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre". Y especifica: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". En una sencilla y breve metáfora se encierra la vida de Jesús y todo su mensaje. Es la respuesta a aquellos griegos, una respuesta que involucra a los discípulos. No es casualidad que Jesús añada: "Donde yo esté, allí estará también mi servidor". El sentido evangélico de nuestra vida está marcado por Jesús: vivir es dar vida, en otras palabras, se tiene vida en la medida en que se da. Ésta es la manera que cada discípulo tiene para mostrar al Señor a quien tiene cerca. Y el apóstol Santiago, uno de los primeros mártires, lo mostró con hechos y con palabras. La tradición cuenta que, mientras lo arrojaban desde un pináculo del templo, rezaba con las mismas palabras de Jesús: "Señor, perdónales porque no saben lo que hacen".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.